«¡Cuan preciosos, Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!» (Salmo 139:17).
En cierta ocasión, una familia se encontraba de compras en un gran centro comercial. En medio de la agitación y la diversión, uno de ellos se dio cuenta de que Mateo, el pequeño de tres años y medio, había desaparecido. El terror se apoderó de inmediato de su corazón. Habían escuchado las terroríficas historias según las cuales, en los centros comerciales, se raptaban niños que eran llevados a los aseos, donde los vestían con ropa diferente y les cambiaban el peinado para luego dedicarlos al tráfico de menores, y nunca más se volvía a saber de ellos.
A cada miembro se le asignó un lugar distinto para iniciar la búsqueda y se separaron. Al padre se le asignó el estacionamiento. Dice que nunca olvidará esa noche, dando patadas en la nieve recién caída, llamando a Mateo a todo pulmón. Aunque se sentía como un estúpido, su preocupación por la seguridad de su hijo superaba todos los demás sentimientos.
No tuvo éxito y regresó al punto de encuentro. La esposa no lo había encontrado. Y tampoco la abuela. Y entonces apareció el abuelo, con el pequeño Mateo agarrado de la mano. El corazón les saltó de alegría. Curiosamente, Mateo no estaba preocupado. Ni tan siquiera había llorado. Para él, no había ningún problema. El abuelo les comunicó que lo había encontrado en la tienda de caramelos. Allí estaba, contemplando tranquilamente todas esas deliciosas opciones. Mateo no parecía perdido. No sabía que se había perdido. No era consciente del terrible peligro en que se encontraba.
La nuestra es una cultura de tienda de caramelos, en la que la gente no parece perdida y no sabe que se ha extraviado, viviendo por el placer y los sabores del mundo. Quizá alguien que usted conoce no piense en absoluto en el Señor Jesús. Ni siquiera quiere buscarlo. Sin embargo, aunque esa persona no lo busque, el Señor sí la busca a ella. Sabe que se ha perdido y corre un gran peligro. Si no hubiera un Pastor celestial que piensa en ella, el suyo sería un caso desesperado.
No obstante, podemos hacer algo por los que amamos y están perdidos. Podemos presentarlos cada día en oración al Señor. Esto es la intercesión. También podemos consagrarnos al Señor para hacer todo lo que nos empuje a dar testimonio a esa persona. Dar testimonio no siempre implica decir algo. A veces basta con callar y mostrar paciencia cuando se nos rechaza. Ore para que el Señor lo ayude a ser paciente y amoroso. Basado en Lucas 15:4-7
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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