«Yo estoy afligido y menesteroso; apresúrate a mí, oh Dios. Ayuda mía y mi libertador eres tu; ¡Jehová, no te detengas!» Salmo 70:5.
Para algunas personas, mendigar es la forma más fácil de suplir sus necesidades. Pedir es más fácil que trabajar. De tener oportunidad, la mayoría de la gente prefiere trabajar.
Pero no podemos trabajar para ganamos el favor de Dios. Jesús enseñó que, si tenemos una necesidad, debemos pedirle que la supla. Lucas 11 registra que, después que les hubo enseñado el Padrenuestro, Jesús los exhortó a que, además de pedir, rogasen. Para ello les contó una parábola que hablaba de un hombre que, a medianoche, iba a la casa de su amigo y le rogaba que le diera tres hogazas de pan. Su amigo le dijo que la familia ya se había ido a la cama. Pero, como el hombre le rogaba con tanta urgencia, el amigo se levantó y le dio tantos panes como necesitaba. De esto podemos aprender tres cosas:
Debemos pedir con urgencia. Es preciso que reconozcamos nuestra necesidad extrema. No es habitual que alguien dé dinero a los pobres sin que antes se lo pidan Un médico no prescribe un medicamento para alguien que no está enfermo. Jesús no sanó al ciego hasta que este acudió a él y se lo pidió. Los fariseos no admitían que estaban ciegos por lo que «Jesús les respondió: "Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís: 'Vemos', vuestro pecado permanece"» (Juan 9:41).
Jesús abre los ojos del ciego que confiesa su ceguera. Es necesario que pidamos con sinceridad. Nuestra confesión ante Dios tiene que ser franca, sincera y explícita. No tenemos que ocultarle nada, porque nada podemos ocultarle. Él conoce nuestra culpa, pero quiere que nosotros también la conozcamos. Es preciso que confesemos todos y cada uno de los detalles de nuestro pecado, despojándonos de excusas y sin disculparnos. Para salvarnos de los efectos de ese preciso pecado Cristo tuvo que morir; por lo que, si no somos perdonados, sufriremos la muerte eterna.
Tenemos que rogar con sinceridad. «Apresúrate a mí, oh Dios. [...] ¡Jehová, no te detengas!» (Sal. 70: 5). Cuando no podamos vivir por más tiempo sin el Salvador, él vendrá a nosotros. Jesús, mi oración es: «No te dejaré, si no me bendices» (Gen. 32: 26). Basado en Lucas 11:5-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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