Por fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que el que ofreció Caín. Hebreos 11:4
Si uno mira a simple vista las respuestas de Caín y Abel a la orden de Dios de traerle una ofrenda, parecieran tener más semejanzas que diferencias. Los dos construyeron un altar. Los dos trajeron una ofrenda. Los dos la ofrecieron a Dios. ¿Por qué entonces nos dice la Biblia que «el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda» (Gen. 4:4)?
Para contestar esta pregunta es necesario que en primer lugar respondamos otras dos. La primera: ¿Cuál fue la ofrenda de Abel y cuál la de Caín? Abel ofrendó al Señor las mejores crías de sus ovejas. Caín, por su parte, presentó el producto de su cosecha (ver Gen. 4:3-4). La segunda: ¿Habían sido informados estos hermanos del sistema de sacrificios, y, más específicamente, de la sangre que Jesús, el Cordero de Dios, derramaría para salvarnos?
El libro Patriarcas y profetas nos dice que tanto Caín como Abel «conocían el medio provisto para salvar al hombre, y entendían el sistema de ofrendas que Dios había ordenado» (p. 51). Ahora bien, si Caín sabía que solo la sangre de un animal inocente podía simbolizar al Salvador prometido, ¿por qué ofrendó los frutos de su cosecha? Porque «prefirió depender de sí mismo» (p. 52), del fruto de sus esfuerzos. Y esto Dios no lo podía aceptar. Porque no hay nada que podamos ofrecer para ganarnos la salvación.
Sin embargo, aún hay algo más. Resulta que Abel no solo trajo el tipo de ofrenda que Dios le había ordenado, sino que también ofreció lo mejor de su rebaño. Pudo haber ofrendado lo bueno, pero decidió darle a Dios lo mejor. Con razón dice la Escritura que aunque Abel está muerto, sigue hablando por medio de su fe (ver Heb. 11:4).
¡Qué curioso! La Biblia no registra ni una sola palabra dicha por Abel, pero por su ejemplo nos recuerda que solo los méritos de Cristo nos pueden salvar. Y nos recuerda que Dios merece siempre lo mejor.
No esperes a llegar a viejo para dar a Dios lo mejor de tu vida. Dale tus mejores años. Tus mejores talentos. Tus mejores energías. A fin de cuentas, al ofrecer a Jesús, ¿no dio el cielo lo mejor para salvarnos?
Te ofrezco, Señor, lo mejor de mi vida. Ayúdame a mantener esta decisión mientras viva.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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