miércoles, 1 de agosto de 2012

«NO OS REGOCIJÉIS»


«Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lucas 10:20).

Cuando pensamos en los discípulos de Jesús, nos vienen a la mente los doce que escogió y, más específicamente, tres: Pedro Santiago y Juan. Sin embargo, muchos otros lo seguían como discípulos de un lugar a otro y a ellos también les dio una instrucción específica.
Jesús estableció a doce, pero también designó a otros setenta (ver Luc. 10:1) y los envió de dos en dos a todas las ciudades y los lugares que estaba a punto de visitar. Tenían que prepararle el camino para que pudiera llegar como maestro y ministro. A los setenta les dio instrucciones específicas sobre cómo abordar a la gente. No quería que sus representantes molestasen o fueran donde no eran bien recibidos. Les advirtió que no siempre serían bienvenidos y que no tenían que desanimarse por ello.
Los setenta también recibieron dones sobrenaturales para sanar y ministrar como señal de que eran enviados de Jesús. Su éxito fue clamoroso.  Enseñaron y sanaron, de manera que la mayor parte del pueblo los escuchaba y respondía favorablemente. Aquellos primeros misioneros estaban eufóricos. Cuando hubieron acabado su misión, corrieron de vuelta a Jesús llenos de gozo, entusiasmados y gritando: «¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!» (Luc. 10:17).
En medio de tanto entusiasmo, Jesús hizo una declaración extraña. Les dijo que no se alegraran al respecto. Es más que probable que ese consejo les cayera como un jarro de agua fría. Pero Jesús terminó su declaración: «Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Luc. 10:20).
«No os gocéis por el hecho de que poseéis poder, no sea que perdáis de vista vuestra dependencia de Dios. Tened cuidado, no sea que os creáis suficientes y obréis por vuestra propia fuerza, en lugar de hacerlo por el espíritu y la fuerza de vuestro Señor. El yo está siempre listo para atribuirse el mérito por cualquier éxito alcanzado. Se lisonjea y se exalta al yo y no se graba en otras mentes la verdad de que Dios es todo y en todos. [...] Por lo tanto, gozaos de que mediante Cristo habéis sido puestos en comunión con Dios, como miembros de la familia celestial» (El Deseado de todas las gentes, cap. 53, pp. 465, 466).
He aquí una razón para sentirse feliz: usted forma parte de la familia de Dios. Basado en Lucas 10:1-24.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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