Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y él me escucha. (Salmo 77:1).
Este salmo es la expresión poética de los anhelos de un alma que procura conocer por qué Dios la ha abandonado, a la vez que intenta salir de las tinieblas. ¿Te has sentido alguna vez así? Quizá, como el salmista, en tu angustia recurriste al Señor de día y de noche. Su actitud representa la nuestra, cuando nos sentimos de igual manera. ¿Cuántas veces nos ha pasado lo mismo? Nos desgastamos pensando, reflexionando y preguntándonos si acaso el Señor se ha olvidado de nosotras, y ya no nos hará objeto de sus misericordias. Nos preguntamos si nos volverá a ser propicio, o si se habrán terminado sus consideraciones hacia nosotras.
Cuanto más meditaba David en el incomprensible proceder divino, tanto más triste se sentía y más se inclinaba a la rebelión. Su experiencia debería brindarnos consuelo aunque no encontremos respuesta inmediata a las sinceras preguntas del alma. Lo bueno es que este salmo no concluye en medio de la incertidumbre, sino que nos proporciona el secreto de la victoria sobre nuestra angustia. ¿Y cuál es ese secreto? ¡Meditar en los hechos portentosos de Dios!
El cantor repasó la historia de Israel en un esfuerzo por responder sus propias dudas. Se dijo: «Me acordaré, haré memoria, meditaré, hablaré». ¿De qué? De las obras de Dios, de sus maravillas, de su poder, de su brazo, de sus pisadas que no dejaron huellas en el mar, aunque estuvieron allí.
El amor de Dios y sus promesas eran los baluartes de la fe del salmista. También pueden ser el sostén de nuestra fe. Aunque no los comprendamos, los caminos de Dios siempre son santos, justos y rectos. Génesis 18:25 nos dice: «El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?».
El olvido de las providencias divinas tiende a crear desánimo y desagrada a Dios. «No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada« (Notas biográficas, p. 216).
Unámonos al salmista cuando dijo: «Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal 103:2).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Isabel Salinas de Martín
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