«¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí!» (Salmo 51:10).
Un converso le confesó a su pastor:
—Por más que oro, por más que me esfuerzo, sencillamente, no puedo ser fiel al Señor. Creo que no me salvaré.
A lo que el pastor respondió:
—¿Ve mi perro? Está educado, nunca rompe nada y es obediente; es una pura delicia. En la cocina tengo a mi hijo, un bebé. Lo rompe todo, arroja la comida al suelo, ensucia el pañal y es un completo desastre. Pero, ¿quién va a heredar mis cosas? Mi heredero no es el perro, sino mi hijo. Usted es heredero de Jesucristo porque él murió por usted.
Cuando el hijo pródigo regresó a casa de su padre, este le restauró sus privilegios de heredero. Lo vistió con las ropas de un hijo, le puso el anillo familiar en el dedo y en los pies le puso los zapatos de andar por casa. Nunca más volvió a comer comida de cerdos, sino los mejores manjares de la casa. Así será para todos los que vuelvan a Dios. Cuando nos mira, Dios no ve la mancha ni huele el estiércol. Nos reconoce como sus míos y nos devuelve todos los privilegios de la familia.
Hace ya algunos años, un hombre cruzo corriendo el Rijks Museum de Amsterdam hasta que llegó al famoso cuadro «Ronda nocturna» de Rembrandt.
Luego sacó un cuchillo y o cortó varias veces antes de que lo detuvieran. Poco tiempo después, en Roma, un hombre angustiado y desequilibrado, pertrechado con un martillo, se deslizó en la catedral de San Pedro y empezó a destrozar el hermoso grupo escultórico de la Piedad de Miguel Ángel. Dos obras de arte muy apreciadas fueron gravemente dañadas. Pero, ¿qué hicieron los responsables? ¿Desecharon las obras dañadas y se olvidaron completamente de ellas? En absoluto. Recurrieron a los mejores expertos, los cuales trabajaron con el máximo cuidado y precisión, e hicieron todo cuanto fue posible para restaurar esos tesoros.
Esto es lo que nuestro Padre celestial tiene para todo aquel que, manchado por el pecado, acuda a él: «Cristo restaurará la imagen moral de Dios en el hombre. Pero esto solo es posible con el consentimiento del hombre y su cooperación con Cristo. La transformación que se hace evidente en la vida de los miembros de la iglesia testifica que Cristo es el Hijo de Dios» (Elena G. de White, Manuscript releases, tomo 20, carta 108, p. 362). Basado en Lucas 15:11-32
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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