«Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:7).
La oración modelo nos lleva de vuelta a lo básico. Se refiere de manera sencilla a nuestras necesidades materiales: «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» (Mat. 6:11). Esta perspectiva no entra en conflicto con el mandamiento de Jesús, según el cual tenemos que buscar primero el reino de los cielos y su justicia. Si bien podemos orar por lo que es necesario para nuestro sustento, la oración del corazón tendría que pedir las verdaderas riquezas que se encuentran en el Señor Jesucristo. «¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!» (Rom. 11:33).
Nos enfrentamos al tiempo en que las riquezas de este mundo no serán nada. «"¡Ay, ay de la gran ciudad, que estaba vestida de lino fino, púrpura y escarlata, y estaba adornada de oro, piedras preciosas y perlas!, porque en una sola hora han sido consumidas tantas riquezas". Todo piloto y todos los que viajan en naves, los marineros y todos los que trabajan en el mar, se pusieron lejos, y viendo el humo de su incendio dieron voces, diciendo: "¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad?" Y echaron polvo sobre sus cabezas y dieron voces, llorando y lamentando, diciendo: "¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas! ¡En una sola hora ha sido desolada!"» (Apoc. 18:17-19).
Probablemente desconozcamos el papel exacto que desempeñará cada uno de los actores que intervienen en el texto anterior, pero el mensaje es claro: Si ponemos nuestra confianza en el dinero y las cosas materiales, podemos perderlos en un instante.
Ahora no es momento de orar: «Señor, dame riquezas», sino que es tiempo de negarnos a nosotros mismos, de cargar nuestra cruz y seguir a Aquel que lo dio todo por nosotros. Somos extranjeros y peregrinos. Esta tierra no es nuestra casa, estamos de paso. Nuestros tesoros se establecen en algún lugar más allá de las nubes.
Tanto si los bienes de este mundo nos escasean como si nos sobran, pertenezcamos a la clase social que pertenezcamos, como cristianos, el centro de nuestras oraciones tendría que ser el de Moisés, quien tuvo «por mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de los egipcios, porque tenía puesta la mirada en la recompensa» (Heb. 11:26).
No mida las bendiciones que Dios le da según el saldo de su cuenta bancaria. Somos hijos del Rey. Nuestra herencia está en el cielo. Basado en Lucas 18:1-8.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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