Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres. Juan 8:36
Según cuenta una historia, en el siglo XIV vivió un duque llamado Raynald III, mejor conocido como «el Gordo».* Cuando su padre murió, Raynald y su hermano Edward se disputaron el gobierno de Guelders (lo que hoy es Bélgica). Después de varios enfrentamientos entre los dos hermanos, en 1361 Edward prevaleció y «encarceló» a su hermano Raynald.
Lo curioso del caso es que no se trataba de una cárcel en sí, sino de un cuarto con una puerta más pequeña de lo común. Edward conocía muy bien que la mayor debilidad de su hermano era el apetito. De manera que hizo construir alrededor de Raynald un cuarto con una pequeña puerta por la que Raynald podía salir en cualquier momento, pero solo si rebajaba de peso. La prueba, sin embargo, no era nada fácil. Cada día, Edward enviaba los platos más exquisitos al cuarto de su hermano. Raynald debía decidir si los comía, con el riesgo de seguir engordando, o se abstenía, para salir algún día por la pequeña puerta. En lugar de perder peso, Raynald engordó más.
Cuando la gente acusaba a Edward de mantener preso a su propio hermano, su respuesta era: «Él no es mi prisionero. Puede salir de su cuarto cuando quiera». Pero Raynald no salió, al menos por su propia cuenta. Durante diez años permaneció en su propia prisión hasta que su hermano Edward murió.
Y ahora te pregunto: ¿De quién era Raynald prisionero? De su apetito desordenado. De sus malos hábitos. De sus pésimas decisiones.
Y es que, pensándolo bien, uno no tiene que estar en la cárcel para ser un prisionero. Algunos son reos de sus propios vicios: el cigarrillo, el alcohol, la droga. Otros, de sus pasiones sexuales, de la pornografía, del amor al dinero, de la moda, de Internet.
Creo que captas la idea: Si Cristo no está en el trono de nuestro corazón, entonces alguien o algo estará usurpando ese lugar y, al final, se convertirá en un tirano. Pero no tiene por qué ser así. Tú tienes la última palabra. Y sabes, además, que no hay verdadera libertad sin Cristo.
Señor Jesús, ocupa hoy y siempre el trono de mi corazón.
* En algunos documentos su nombre es Reginald III.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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