«Orad sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17).
La oración es más que el tiempo que pasamos a solas con Dios; es más que las palabras que le decimos a Dios. La oración es una forma de vida, una comunión constante con nuestro Padre celestial.
Sin embargo, sería erróneo concluir que, por tanto, no es necesario que pasemos un tiempo específico con Dios. Mi esposa y yo hablamos todo el día: mientras desayunamos, mientras damos el paseo matutino, incluso cuando estamos en casa haciendo nuestras tareas diarias. Pero si esas fueran las únicas ocasiones en las que habláramos, ¿cuándo podríamos compartir nuestros sentimientos más profundos? ¿Cuándo podría yo mirarla a los ojos y saber que tengo toda su atención? Un momento especial a solas con Dios en la devoción personal es absolutamente esencial para mantener una relación vibrante con él.
El mejor momento para estar con Dios es a primera hora de la mañana. Si bien puede ser inspirador, no es menos cierto que escuchar que alguien se levanta a las cuatro de la madrugada para pasar dos horas en oración puede llegar a intimidar. Puede dar la sensación de que, para ser alguien en sentido espiritual es preciso levantarse antes del alba y que quien no lo hace así es un enclenque espiritual. El alarde de nuestras prácticas religiosas puede convertirse en causa de desaliento para los demás. Con parábolas y ejemplos, Jesús mostró que el tiempo de adoración tiene que ser privado y secreto; no tiene que ser exhibido ante los demás como una señal espiritual de valor.
Para aquellos que no son especialmente madrugadores —que son bastantes— me atrevería a decir que si no se es capaz de levantarse a las cuatro de la madrugada y pasar un tiempo de calidad con Dios, lo más aconsejable es pasarlo nada más levantarse, sea a la hora que sea. Eso no es «ser vistos por los hombres» (Mat. 6:5) sino sobrevivir. Aunque ayer comí, bebí y respiré, mi bienestar físico, mi existencia, demanda que yo coma, beba y respire cada día. Con la vida espiritual sucede lo mismo. Recuerde que, en el desierto, los israelitas que habían guardado el maná de un día para otro descubrieron que estaba infestado de gusanos. Cada día tenemos que pedir a Dios nuestro pan diario.
John Bunyan escribió: «El que huye de Dios por la mañana, difícilmente lo encontrará el resto del día». Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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