Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos. Mateo 28:19
Era talentoso, orgulloso y ambicioso. Por el hecho de ser el número uno de su clase, Adoniram llegó a tener la más elevada opinión de sí mismo. Por eso, cuando su padre, que era ministro religioso, le mencionó la idea de llegar a ser pastor de iglesia, la rechazó de inmediato. Su lugar, pensaba él, estaba entre los grandes.
Estamos hablando de los comienzos del siglo XIX, un tiempo en el que las consignas de la Revolución Francesa y las ideas de renombrados filósofos ateos se habían extendido por todo el mundo. Entre los estudiantes que abrazaron estas ideas se encontraba Adoniram, en gran parte como producto de su estrecha amistad con un joven muy brillante pero incrédulo llamado Jacob, quien también estudiaba en el Colegio Providence, de Rhode Island, Estados Unidos.
Cuenta Samuel Fisk que, después de concluir sus estudios superiores, el joven Adoniram se aventuró a viajar de un lugar a otro. Una noche se hospedó en una pequeña posada. Al hacer los arreglos, el dueño del lugar le advirtió que dormiría en un cuarto adyacente al de un joven moribundo.
—El doctor ha dicho que este joven probablemente morirá durante la noche
—le advirtió el posadero.
—No tengo problemas —respondió Adoniram.
A la mañana siguiente, Adoniram preguntó por el joven.
—¿Qué pasó con el enfermo?
—Murió —replicó el posadero.
—¿Quién era él? —inquirió Adoniram.
—Un joven del Colegio Providence.
—¿Del Colegio Providence? ¡Ahí estudié yo! ¿Sabe el nombre del joven?
—Un tal Jacob Eames.
Adoniram no podía creerlo. ¡Su mejor amigo! El mismo que lo había inducido a renunciar a sus ideas cristianas. El impacto de lo sucedido fue tan grande que Adoniram decidió regresar a su hogar. Se inscribió en el Seminario Teológico de Andover. Fue allí donde aceptó a Cristo como su Salvador (Samuel Fisk, More Fascinating Conversión Stories [Más relatos fascinantes de conversiones], p. 65).
Cierto día, mientras Adoniram caminaba por un bosque, a su mente vinieron las palabras de Cristo: «Vayan a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos». En ese mismo momento, Adoniram Judson decidió dedicar su vida a Cristo como misionero. Durante 37 años predicó el amor de Cristo en Birmania. Allí tradujo la Biblia al idioma local y, curiosamente, concretó sus sueños de grandeza… ¡La grandeza del servicio!
Gracias, Señor, por los talentos que me has dado. Quiero usarlos hoy en tu servicio.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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