«Entonces Jesús le dijo: "Ni yo te condeno; vete y no peques más"» (Juan 8:11).
Aquella mañana Jesús enseñaba en el templo. Interrumpiéndolo, los escribas y los fariseos arrastraron a una mujer hasta el lugar donde él estaba. Allí, delante de todos, le explicaron que la habían sorprendido cometiendo pecado de adulterio. Insistían en que la ley exigía que fuera apedreada y preguntaron a Jesús qué pensaba él que era preciso hacer.
Jesús se agachó y comenzó a escribir en el polvo. Conocía los pecados de quienes la acusaban y los escribió poniéndolos a la vista de todos. Uno tras otro, los culpables dejaron caer la piedra que llevaban en la mano y desaparecieron. Pronto no quedó nadie para acusarla. Y entonces Jesús dijo las hermosas palabras: «Ni yo te condeno». «Esto fue para ella el principio de una nueva vida, una vida de pureza y paz, consagrada a Dios. Al levantar a esta alma caída, Jesús hizo un milagro mayor que al sanar la más grave enfermedad física. Curó la enfermedad espiritual que es para muerte eterna. Esa mujer penitente llegó a ser uno de sus discípulos más fervientes. [...] Jesús conoce las circunstancias particulares de cada alma. Cuanto más grave es la culpa del pecador, tanto más necesita del Salvador. Su corazón rebosante de simpatía y amor divinos se siente atraído ante todo hacia el que está más desesperadamente enredado en los lazos del enemigo. Con su propia sangre firmó Cristo los documentos de emancipación de la humanidad» (El ministerio de curación, cap. 5, P.59).
A menudo, quienes han llevado una vida de pecado dicen que no pueden acudir a Jesús porque son pecadores. Aun así, Jesús los espera. Aquella mañana, al alejarse de Jesús, la mujer sabía por su propia experiencia que, por mucho que nos hayamos apartado de él, Jesús siempre está dispuesto a aceptarnos. Jesús hará por nosotros lo que hizo por aquella mujer. No importa qué pecado hayamos cometido; él nos dice: «Ni yo te condeno; vete y no peques más». Basado en Juan 8:1-11.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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