«Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará sobre sí las iniquidades de ellos» (Isaías 53:11).
Nos encontramos en el preludio de una serie de grandes celebraciones. Los niños sueñan con recibir el mejor regalo del año. Los comerciantes decoran las vitrinas de la manera más atractiva. Los hombres adornan las casas con luces de colores. Las mujeres hornean galletas y dulces. Por todas partes se oyen villancicos y canciones navideñas. Todo está impregnado de una atmósfera festiva. ¿Qué tiene que ver todo esto con el nacimiento de Jesús?
Los antiguos patriarcas esperaban la venida de un Mesías, pero no se imaginaban que vendría con la forma de un bebé. La opinión de la gente estaba dividida. Algunos decían que, según la profecía, vendría como un rey conquistador y quebrantaría el yugo de los opresores romanos. Esta era probablemente la creencia más popular. Se sentaría en el trono de David y gobernaría con mano de hierro. Su reino no tendría fin. Esas personas veían el futuro con mucho optimismo.
Había otros que también leían las profecías y sospechaban que el futuro sería incierto y tenebroso. Estudiando Isaías 53 llegaron a la conclusión de que el Mesías no vendría como un rey conquistador, sino como un rey doliente. Obviamente, este punto de vista no era muy popular.
A lo largo de los siglos, la mayoría de los judíos se había creado una imagen del Mesías y no estaban dispuestos a aceptar a nadie que no encajara en ella. Aunque fueran un pueblo oprimido y en el exilio, eran un pueblo orgulloso. Tenían una herencia brillante y creían que el Mesías los restauraría a su grandeza. Pero Dios tenía otros planes. Amaba a su pueblo escogido y estaba dispuesto a trabajar junto a ellos para restaurar su propia imagen, no la grandeza de ellos. Definitivamente, sus caminos no son nuestros caminos. ¿Quién podía adivinar sus planes?
Poco sabían ellos —poco sabemos nosotros— que la salvación solo se cumple a la manera de Dios. El rey tenía que morir sufriendo por nuestros pecados y, al hacerlo, justificaría a muchos porque cargaría con sus iniquidades. Esta es la verdadera historia de la Navidad. Fue el mejor regalo que el mundo jamás recibirá. Basado en Isaías 53:1-12
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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