A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. (Isaías 55:1)
Nosotros vivíamos en el pueblo mientras que nuestros padres se habían quedado en el campo para que pudiéramos asistir a la escuela. Cuando ellos venían a visitarnos traían productos de los que cosechaban para que los vendiéramos y obtuviéramos algo de dinero.
Mi hermana y yo tomábamos una canasta con los frutos y viandas y comenzábamos a recorrer las calles, pero pronto la vergüenza hacía que disminuyera nuestro entusiasmo. El pregón se hacía más débil hasta que llegaba el momento en que el silencio acompañaba nuestra caminata. Con la canasta en brazos buscábamos un lugar donde sentarnos a descansar, esperando que pasara un tiempo razonable para volver a casa.
No nos gustaba vender plátanos; éramos dos chicas tímidas que estaban entrando en la adolescencia. Aquella actitud nuestra me recuerda el gran amor de Dios. Jesús dejó un día su trono y, llevando sobre sí una pesada carga, recorrió nuestras calles y proclamó a gran voz: «El reino de los cielos está entre vosotros». Pero la gente, indiferente a aquella invitación, cerró sus oídos. Pero Cristo continúa diciendo: «Estoy a la puerta y llamo». No se toma un descanso. ¿Cómo podrá regresar a su casa sin haber extendido la invitación de manera insistente a cada hijo suyo?
«El ofrecimiento de la salvación es para todos los hombres (Mat. 11:28-29). Así se ha dispuesto lo necesario para hacer frente a todos los males causados por la caída de Adán. Esta salvación es tan abarcante en su aplicación, como lo fue la desgracia ocasionada por el pecado. Sin embargo, este don de la justificación no tiene validez a menos que sea aceptado por la fe (Juan 3:16), y no todos los hombres eligen creer» (Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 529).
Hoy no pregonamos ningún artículo perecedero. Hacemos el ofrecimiento de la salvación, de la cual somos partícipes, y es nuestro privilegio insistir para que los demás nos escuchen y acepten la invitación divina.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Norma Muñoz de Ruiz
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