Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Colosenses 3:2
En su artículo «El teatro de la mente», Randy Fishell cuenta la historia de un lorito que tenía la habilidad de repetir las vulgaridades que escuchaba. Cierto día, después de repetir una de esas palabrotas, la dueña del loro lo quiso escarmentar:
—¡Mira, loro vulgar, te voy a encerrar en el congelador para que aprendas a no decir malas palabras!
Acto seguido, lo agarró por el cuello y lo lanzó dentro del congelador. Cuando la mujer consideró que ya había pasado suficiente tiempo, lo sacó.
—Muy bien, lorito —dijo la señora—. ¿Has aprendido que no debes decir malas palabras?
—Sí, señora —dijo el lorito, temblando del frío—. No diré más malas palabras.
Pero, por pura curiosidad, ¿qué dijo el pollo que está allá adentro para que lo dejaran tanto tiempo? (Adventist Review [Revista adventista], 15 de agosto de 2002, pp. 25-27).
Al parecer, el lorito no había aprendido del todo la lección. Pero su habilidad para recordar justamente lo malo que escuchaba ilustra bien lo que muchas veces nos sucede a todos. Oímos una historia de esas «de tono subido» y la recordamos sin ningún esfuerzo. Vemos en televisión una imagen censurable y ahí está todavía en nuestro cerebro, como esas manchas rebeldes que tanto cuesta sacar de la ropa. Esta realidad la expresó muy bien el escritor inglés Thomas Fuller cuando dijo: «Hace casi cincuenta años escuché un chiste vulgar y todavía lo recuerdo; en cambio, he olvidado tantos pensamientos nobles, que escuché hace menos tiempo». ¿Cómo evitar esas manchas rebeldes? Al vigilar bien «las avenidas del alma»; es decir, los sentidos, para que nada sucio o inmoral entre a nuestra mente. Porque una vez que lo sucio entra, ¡cuánto cuesta sacarlo! ¡Qué bueno sería tener la capacidad de eliminarlos como lo hacemos en la computadora: con solo pulsar la tecla de «borrar» (delete, en inglés)! Pero sabemos que no funciona así. El asunto es mucho más complicado.
¿Conclusión? Evitemos lo malo desde el primer momento. Y como dice nuestro texto de hoy, aprendamos a amar las cosas buenas, las celestiales. Solo así las terrenales perderán su poder de atracción sobre nosotros.
Santo Espíritu mora en mí. Solo así podré desarrollar el gusto por las cosas celestiales.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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