Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús. Filipenses4:19
Cuando Sara se rió, dudando de la promesa de Dios que le aseguraba daría a luz un hijo, lo hizo basada en conceptos humanos. Pensó: «¿Cómo podré ser madre ahora que estoy vieja, cuando la costumbre de las mujeres ya ha cesado en mí?». Frente a esta reflexión, su risa pareció ser una respuesta bastante lógica; y cualquiera que lo piense así estaría de acuerdo con ella.
Durante años Sara había deseado ser madre, y al no conseguirlo, trató de ayudar a Dios entregando su esclava a su esposo, con el fin de que esta concibiera en su lugar. Cuando finalmente vio fracasar todas sus gestiones en pro de su maternidad, se resignó. Fue entonces, frente a su fracaso, cuando entró Dios en el escenario de su vida, con una promesa maravillosa. Promesa que en el tiempo justo se convirtió en realidad: «Sara quedó embarazada y le dio un hijo a Abraham en su vejez. Esto sucedió en el tiempo anunciado por Dios» (Gen. 21:2).
Me alegra y me llena de paz saber que mis pensamientos son tan limitados frente a los pensamientos de Dios. Es consolador tener la certeza de que Dios es un ser supremo que está sobre mis expectativas y mis imposibles. A pesar de esto, a veces somos rápidas y dudamos de su poder. Medimos a Dios con la medida de nuestra incredulidad y, al hacerlo, no le permitimos actuar en nuestra vida, limitamos su poder y, aunque pudiéramos ser receptoras de grandes milagros, no suceden por nuestra corta visión y nuestra poca fe.
Dios espera que, en medio de un mundo incrédulo, sus hijas desarrollemos confianza en él. Una confianza que no obstaculice los milagros que desea realizar en nosotras. Para lograrlo es necesario que seamos sensibles frente a los milagros que diariamente ocurren y que no sabemos apreciar. La vida que nos concede es el mejor y mayor milagro que sucede todos los días. Cada latido del corazón es la mano de Dios acariciando nuestro corazón, y cada respiración una promesa de vida.
Si te hallas hoy frente a un imposible, como le pasó a Sara, permite que el Señor lo haga posible de acuerdo a su voluntad y a su debido tiempo. Tú solamente aférrate fuerte a tu fe y espera en Dios, que nunca falla.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
Cuando Sara se rió, dudando de la promesa de Dios que le aseguraba daría a luz un hijo, lo hizo basada en conceptos humanos. Pensó: «¿Cómo podré ser madre ahora que estoy vieja, cuando la costumbre de las mujeres ya ha cesado en mí?». Frente a esta reflexión, su risa pareció ser una respuesta bastante lógica; y cualquiera que lo piense así estaría de acuerdo con ella.
Durante años Sara había deseado ser madre, y al no conseguirlo, trató de ayudar a Dios entregando su esclava a su esposo, con el fin de que esta concibiera en su lugar. Cuando finalmente vio fracasar todas sus gestiones en pro de su maternidad, se resignó. Fue entonces, frente a su fracaso, cuando entró Dios en el escenario de su vida, con una promesa maravillosa. Promesa que en el tiempo justo se convirtió en realidad: «Sara quedó embarazada y le dio un hijo a Abraham en su vejez. Esto sucedió en el tiempo anunciado por Dios» (Gen. 21:2).
Me alegra y me llena de paz saber que mis pensamientos son tan limitados frente a los pensamientos de Dios. Es consolador tener la certeza de que Dios es un ser supremo que está sobre mis expectativas y mis imposibles. A pesar de esto, a veces somos rápidas y dudamos de su poder. Medimos a Dios con la medida de nuestra incredulidad y, al hacerlo, no le permitimos actuar en nuestra vida, limitamos su poder y, aunque pudiéramos ser receptoras de grandes milagros, no suceden por nuestra corta visión y nuestra poca fe.
Dios espera que, en medio de un mundo incrédulo, sus hijas desarrollemos confianza en él. Una confianza que no obstaculice los milagros que desea realizar en nosotras. Para lograrlo es necesario que seamos sensibles frente a los milagros que diariamente ocurren y que no sabemos apreciar. La vida que nos concede es el mejor y mayor milagro que sucede todos los días. Cada latido del corazón es la mano de Dios acariciando nuestro corazón, y cada respiración una promesa de vida.
Si te hallas hoy frente a un imposible, como le pasó a Sara, permite que el Señor lo haga posible de acuerdo a su voluntad y a su debido tiempo. Tú solamente aférrate fuerte a tu fe y espera en Dios, que nunca falla.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
No hay comentarios:
Publicar un comentario