domingo, 6 de enero de 2013

LA BRUJA DE WALL - 1


No te afanes acumulando riquezas; no te obsesiones con ellas (Proverbios 23:4).

Dios ha pronunciado serias advertencias contra la avaricia. Dice que es «idolatría» (Col. 3:5), que ni siquiera debemos mencionar la palabra (Efe. 5:3) y que quienes aman la verdad la aborrecen (Éxo. 18:21).
Durante muchos años, «la bruja», vestida de harapos, con el cabello desgreñado y masticando una cebolla cruda, iba cada día al Chemical and National Bank para contar sus dividendos. Se encerraba en la cámara acorazada hasta que terminaba de contar sus activos, aunque para eso obligara a los empleados del banco a quedarse después de la hora de cerrar.
Pero nadie se atrevía a quejarse. La excéntrica cliente era nada menos que Hetty Creen, la legendaria «bruja de Wall Street», considerada la mujer más rica, tacaña y avariciosa de los Estados Unidos. La codicia parecía correr por las venas de la señora Creen. En su hogar, de lo único que se hablaba era de dinero. Su padre, Edward Robinson, fue tan tacaño, que una vez rehusó aceptar un cigarrillo muy fino que le ofrecieron, temeroso de que le gustara y así perdiera su gusto por los de marca muy barata que fumaba.
Los padres y los abuelos de «la bruja» habían sido riquísimos. Pero, a pesar de su enorme riqueza, preparaban comidas frugales en una vieja cocina de leña. Asimismo, usaban los fósforos más de una vez y normalmente compraban ropa de segunda mano.
«La bruja» heredó esas dos inmensas fortunas. Desde los seis años de edad ya leía y analizaba los periódicos especializados en finanzas. Además, dominaba el arte de negociar y administrar acciones y bonos financieros. Era tan tacaña que encendió las velitas de su vigésimo primer cumpleaños solamente por un instante para así poder devolverlas al almacén donde las había comprado. Para economizar, escribía cheques en hojas de papel usado, se acostaba antes de la puesta del sol para no gastar las velas con que alumbraba su casa y, para que no se desluciera, solo lavaba las partes de su ropa que se manchaban. El anecdotario popular dice que una vez pasó toda la noche buscando un sello de correos de dos centavos que se le había extraviado. Lo único que le gustaba hacer era contar su dinero y hallar nuevas formas de ganar más.
Afanarte por la riqueza te conduce a una vida vacía; siempre quieres más pero nunca te sacias. Solamente Dios puede convertir nuestro corazón egoísta en un corazón generoso. Usa las bendiciones materiales que Dios te ha dado en favor de otros.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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