Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó, y los bendijo. Génesis 1:27-28
Hace algunos años, algunas damas prominentes de la comunidad donde vivía me invitaron a asistir a un simposio sobre mujeres, que tenía por objetivo analizar el papel de la mujer en una sociedad de cambio. Con un poco de curiosidad y otro poco de interés por la temática, decidí asistir. Muchas mujeres conocidas en el mundo de las letras, la ciencia y la política estaban presentes, siendo algunas de ellas las ponentes.
Las ponencias iban todas en la misma dirección: «Hacer que la mujer asuma un papel protagónico en la sociedad usando como herramientas sus capacidades y exigiendo igualdad con los varones». Si bien es cierto que algunas cosas que se dijeron allí me parecieron buenas, en un asunto definitivamente no pude estar de acuerdo. Todas las propuestas urgían a la mujer a ser protagonista, y veladamente pude entender que el método para hacerlo era entrar en pugna con los varones. Como cristiana conocedora de los propósitos y la voluntad de Dios para cada hombre y mujer, me pareció que ese no es el camino.
Reconozco que vivimos en un mundo que funciona, en muchas áreas, movido por la mano masculina, y que muchos sectores de la población femenina han sido víctimas de abuso por parte de los varones. Por supuesto que estoy a favor de que eso termine, pero creo que la confrontación de los sexos conducirá a más situaciones de conflicto. No es creando una generación de «mujeres masculinas» como alcanzaremos la emancipación que buscamos. Tampoco usurpando las funciones de los varones lograremos ser respetadas. Creo que es el momento de rescatar todo lo femenino que hemos perdido en busca de una igualdad que nadie puede arrebatarnos, porque es un legado que Dios nos dio en el momento de la creación. Lo único que tenemos que hacer es apropiarnos de esta verdad y vivir de acuerdo a lo que somos: hijas de Dios, con inigualables cualidades, enormes capacidades y entereza para enfrentar los desafíos cotidianos a la par de nuestros compañeros varones. Cuando hagamos esto, conseguiremos el respeto que merecemos y nos desarrollaremos al máximo en el lugar en que nos toque actuar.
Dondequiera que te encuentres en este día, alégrate de ser mujer, asume tus funciones con gozo, respeta y hazte respetar frente a los varones con los que convives diariamente y entonces serás una mujer que Dios, y también los hombres, reconocerán.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
Hace algunos años, algunas damas prominentes de la comunidad donde vivía me invitaron a asistir a un simposio sobre mujeres, que tenía por objetivo analizar el papel de la mujer en una sociedad de cambio. Con un poco de curiosidad y otro poco de interés por la temática, decidí asistir. Muchas mujeres conocidas en el mundo de las letras, la ciencia y la política estaban presentes, siendo algunas de ellas las ponentes.
Las ponencias iban todas en la misma dirección: «Hacer que la mujer asuma un papel protagónico en la sociedad usando como herramientas sus capacidades y exigiendo igualdad con los varones». Si bien es cierto que algunas cosas que se dijeron allí me parecieron buenas, en un asunto definitivamente no pude estar de acuerdo. Todas las propuestas urgían a la mujer a ser protagonista, y veladamente pude entender que el método para hacerlo era entrar en pugna con los varones. Como cristiana conocedora de los propósitos y la voluntad de Dios para cada hombre y mujer, me pareció que ese no es el camino.
Reconozco que vivimos en un mundo que funciona, en muchas áreas, movido por la mano masculina, y que muchos sectores de la población femenina han sido víctimas de abuso por parte de los varones. Por supuesto que estoy a favor de que eso termine, pero creo que la confrontación de los sexos conducirá a más situaciones de conflicto. No es creando una generación de «mujeres masculinas» como alcanzaremos la emancipación que buscamos. Tampoco usurpando las funciones de los varones lograremos ser respetadas. Creo que es el momento de rescatar todo lo femenino que hemos perdido en busca de una igualdad que nadie puede arrebatarnos, porque es un legado que Dios nos dio en el momento de la creación. Lo único que tenemos que hacer es apropiarnos de esta verdad y vivir de acuerdo a lo que somos: hijas de Dios, con inigualables cualidades, enormes capacidades y entereza para enfrentar los desafíos cotidianos a la par de nuestros compañeros varones. Cuando hagamos esto, conseguiremos el respeto que merecemos y nos desarrollaremos al máximo en el lugar en que nos toque actuar.
Dondequiera que te encuentres en este día, alégrate de ser mujer, asume tus funciones con gozo, respeta y hazte respetar frente a los varones con los que convives diariamente y entonces serás una mujer que Dios, y también los hombres, reconocerán.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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