Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios. Juan 3:21.
En el Sermón del Monte, Cristo le presentó al pueblo el hecho de que su fuerza radicaba en la piedad personal. Habían de rendirse a Dios, trabajando con él en una cooperación sin reservas. Las pretensiones elevadas, las formas y ceremonias, por imponentes que fueran, no hacían al corazón bueno ni al carácter puro. El amor genuino hacia Dios es un principio activo, un agente purificador...
La nación judía había ocupado la posición más elevada; habían edificado muros grandes y altos para protegerse de la asociación con el mundo pagano; se habían referido a sí mismos como el pueblo especial, leal y favorecido de Dios. Pero Cristo presentó su religión como desprovista de la fe que salva. Era una combinación de doctrinas secas y duras entremezcladas con sacrificios y ofrendas. Se cuidaban mucho de practicar la circuncisión, pero no enseñaban la necesidad de tener un corazón puro. Exaltaban los mandamientos de Dios en palabras, pero se negaban a exaltarlos en la práctica, y su religión era una piedra de tropiezo para otros...
Aunque habían tenido una autoridad indisputada en asuntos religiosos hasta ese momento, ahora les tocaba dar lugar al gran Maestro, y a una religión que no conocía límites y no hacía distinción de casta o posición en la sociedad, o de raza entre naciones. Pero la verdad enseñada por Cristo era designada para toda la familia humana. La única fe verdadera es la que obra por el amor y purifica el alma. Es como una levadura que transforma el carácter humano...
El evangelio de Cristo significa piedad práctica, una religión que eleva al receptor de su depravación natural. Aquel que contempla al Cordero de Dios sabe que él quita los pecados del mundo. La religión verdadera resultaría en un desarrollo de la vida y el carácter muy diferente del visto en la vida de los escribas y fariseos...
Dios no da luz para que sea ocultada egoístamente y no penetre en quienes viven en las tinieblas. Los agentes humanos son el canal escogido por Dios hacia el mundo. En vez de instruirlos para que oculten su luz, el Salvador le dice a su pueblo: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mat. 5:16).— Review and Herald, .50 de abril de 1895.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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