Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Hebreos 12:1.
En este texto se utiliza uno de los juegos públicos famosos en el tiempo de Pablo para ilustrar la carrera cristiana. Los competidores en la carrera se sometían a un doloroso proceso de entrenamiento; practicaban la negación propia más rígida para que sus facultades físicas estuvieran en la condición más favorable, y entonces probaban dichas facultades hasta lo sumo para ganar el honor de una corona perecedera. Algunos nunca se recobraban de los efectos. Como consecuencia del terrible esfuerzo, los hombres a menudo caían al lado de la pista, sangrando por la boca y la nariz. Otros exhalaban su último aliento, aferrándose a la pobre chuchería que les había costado tanto.
Pablo compara a los seguidores de Cristo con los competidores de otra carrera. El apóstol dice: "Ellos... [corren] para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible" (1 Cor. 9:25). Aquí Pablo hace un contraste marcado, para avergonzar los débiles esfuerzos de cristianos profesos que defienden sus indulgencias egoístas y se niegan a colocarse en una posición en la que puedan tener éxito por la negación propia y hábitos estrictamente temperantes. Todos los que se añadían a la lista de los juegos públicos estaban animados y emocionados por la esperanza de un premio si tenían éxito. De una manera similar se ofrece un premio a los cristianos: la recompensa de la fidelidad hasta el fin de la carrera. Si ganan el premio, su bienestar futuro está asegurado; se reserva un "cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17) para los vencedores...
En las carreras, se colocaba la corona de honor a la vista de los competidores, para que si alguno se veía tentado a relajar sus esfuerzos, la vista cayera en el premio y fuera inspirado con nuevo vigor. Así se presenta el blanco celestial a la vista del cristiano, para que tenga su influencia debida e inspire a todos con celo y ardor...
Todos corrían en la carrera, pero solo uno recibía el premio... No sucede así con la carrera cristiana. Nadie que sea ferviente y perseverante dejará de triunfar. La carrera no es del veloz, ni la batalla del fuerte. El santo más débil tanto como el más fuerte, puede obtener la corona de gloria inmortal si es verdaderamente ferviente y se somete a la privación y la pérdida por causa de Cristo.— Review and Herald, 18 de octubre de 1881.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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