Dice el necio en su corazón: «No hay Dios». Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay uno solo que haga lo bueno! Desde el cielo Dios contempla a los mortales, para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios. Salmo 53:1-2.
En una maraña de contradicciones, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada nublada por las lágrimas, me dijo con gran desesperación en sus palabras: «Erna, no siento a Dios».
Acabábamos de concluir un retiro espiritual para mujeres y ella se encontraba ahí porque una de sus amigas le había recomendado que asistiera, con la esperanza de que pudiera tener un encuentro con Dios. Sumida en una profunda depresión, no podía sobreponerse al divorcio por el que había pasado hacía cuatro años, y a la muerte de su única hermana, víctima de cáncer hacía apenas unos meses.
Siendo que yo había sido la oradora del retiro, su reclamo iba directo a mí. Parecía decirme: «Tú me prometiste que me encontraría con Dios, pero no ha pasado nada, y ahora me vuelvo a casa, de nuevo con mi dolor a cuestas». La miré a los ojos con compasión. Entendía cómo se sentía, pues yo también había experimentado lo mismo en varias ocasiones. Entonces le pregunté: «¿Corno esperas sentir a Dios?». Guardó silencio, no pudo responderme.
Durante el retiro, en varias ocasiones la vi llorar. La observé sobre sus rodillas bajo un árbol, orando a solas. Vi cómo sus labios se movían tímidamente para entonar los cantos que escuchaba por primera vez. «¿No es ese el toque de Dios?», le pregunté.
Amiga, Dios no es un sentimiento. Cuando así pensamos, limitamos su poder; lo bajamos a la esfera humana y quedamos desprotegidas. Los sentimientos se generan en la mente, y las maravillas de la mente son creación de Dios; pero él no está encerrado en sentimientos que nosotras generamos de acuerdo a nuestros estados de ánimo.
En medio del dolor, Dios está presente. Cuando el sufrimiento aprieta el corazón, también está ahí; y por supuesto, dispuesto a tomar el mando de esos estados de ánimo si se lo permitimos. No debemos esforzarnos por «sentir» a Dios, solamente hemos de abrir nuestra alma para que tome posesión de ella, eso es todo. Lo demás corre por su cuenta; él produce en nosotros paz y gratitud, manifestadas en acciones que exaltan el nombre del Señor.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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