Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Filipenses 3:14.
La mayor bendición que podemos tener es un conocimiento correcto de nosotros mismos, para que podamos ver nuestros defectos de carácter y por la gracia divina podamos remediarlos...
¿Estamos más cerca de Dios hoy que lo que estuvimos hace un año? ¡Qué cambio habría en nuestra experiencia religiosa, qué transformación en nuestro carácter, si día a día obráramos en base al principio de que no somos nuestros, sino que nuestro tiempo y talentos pertenecen a Dios, y cada facultad debiera utilizarse para hacer su voluntad y avanzar su gloria!...
Podemos estar rodeados por las promesas de Dios, que serán como un muro de fuego a nuestro alrededor. Queremos saber cómo ejercitar la fe. La fe es un don de Dios, pero el poder para ejercerla es nuestro. Si la fe está dormida, no nos trae ventaja; pero cuando se la ejercita, contiene todas las bendiciones en su haber. Es la mano por la cual el alma se aferra a la fuerza del Infinito. Es el medio por el cual se hace latir los corazones humanos, renovados por la gracia de Cristo, en armonía con el gran Corazón de amor. La fe se fundamenta en las promesas de Dios y las reclama como garantía de que él hará tal como dijo que haría. Jesús se allega al alma pecadora, impotente y necesitada y le dice: "Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá" (Mar. 11:24). Crea, reclame las promesas y alabe a Dios por recibir las cosas que le ha pedido, y cuando su necesidad sea mayor, experimentará sus bendiciones y recibirá ayuda especial...
La pregunta en muchos corazones es: ¿Cómo puedo encontrar la felicidad? Nuestro objetivo no debiera ser vivir una vida feliz, pero seguramente la obtendremos en el camino de la obediencia humilde. Pablo era feliz. El afirma repetidamente que a pesar de los sufrimientos, conflictos y pruebas que tuvo que llevar, él gozaba de una gran consolación. El dice: "Lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones" (2 Cor. 7:4). Todas las energías del mayor de los apóstoles estaban dirigidas a una preparación para la vida futura e inmortal, y cuando se acercaba el momento de su partida, pudo exclamar con triunfo santo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día" (2 Tim. 4:7,8).— Signs of the Times, 22 de mayo de 1884.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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