Sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida (Juan 5:40).
En el año 1981, una emisora de radio comunicó la historia de un automóvil robado en California, Estados Unidos. La policía realizaba una búsqueda intensa del vehículo. La diligencia y la campaña eran tales, que llegaron a poner muchos anuncios en la radio para recuperarlo.
Pero la preocupación no se concentraba en la recuperación del vehículo. La principal intranquilidad era que en el asiento delantero había un paquete de galletitas envenenadas. El dueño del vehículo quería utilizarlas para matar ratas. Lo que la policía y el dueño del vehículo temían era que el ladrón comiera las galletitas y muriera envenenado.
La policía y el dueño del automóvil robado estaban más interesados en salvar al ladrón que en recuperar el vehículo. Lo mismo pasa con Dios. Muchas veces una persona huye de él, pensando en el juicio y en el castigo por el pecado. Pero Dios persigue al pecador, no para castigarlo, sino para salvarlo. ¡Qué tragedia que los pecadores huyan de él y caigan en la ruina de la que quiere salvarlos!
¿Imaginas a Dios persiguiendo a los pecadores, y ellos huyendo desenfrenadamente para escapar de él? Hace muchos años, mientras trabajaba en la Ciudad de México como pastor, me ocurrió algo insólito. Caminaba por una de las calles de la metrópoli cuando, al dar vuelta en una esquina, me encontré frente a frente con Isabel* Por alguna razón ella había huido de su casa y durante muchos meses nadie, incluyendo su familia, que son amigos muy cercanos míos, sabía dónde estaba. El encuentro fue tan sorpresivo que Isabel no pudo escapar. Después de un rato de conversación, ella decidió regresar a su casa. Durante todo este tiempo he tenido la clara impresión de que aquel encuentro fue un milagro. Dios amaba a Isabel y la puso en mi camino para invitarla una vez más a regresar.
El Señor busca a todos los que todavía no han querido escuchar su llamado. El profeta Oseas registró el lamento divino: «¿Cómo podría yo entregarte, Efraín? ¿Cómo podría abandonarte, Israel? ¡Yo no podría entregarte como entregué a Admá! ¡Yo no podría abandonarte como a Zeboyín! Dentro de mí, el corazón me da vuelcos, y se me conmueven las entrañas» (Ose. 11:8).
¿Por qué no dejas de correr y te entregas a Dios hoy mismo? No hay nada que temer. Búscalo, él puede usarte de una manera especial para compartir su Palabra.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
* No es el nombre real.
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