Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Juan 1:12.
Si pudiéramos apreciar esta gran bendición, ¡qué ventaja sería para nosotros! Se nos da el privilegio de ser colaboradores de Dios en la salvación de nuestras almas. Recibir y creer es nuestra parte del contrato. Hemos de recibir a Cristo como nuestro Salvador personal, y hemos de continuar creyendo en él. Esto significa morar en Cristo, y [estando] en él, mostrar en todo tiempo y circunstancia, una fe que es una representación de su carácter: una fe que obra por el amor y purifica el alma de toda mancha...
Cada uno debemos obtener una experiencia por nosotros mismos. Nadie puede depender de la experiencia o práctica de cualquier otro individuo para salvarse. Cada uno debemos familiarizarnos con Cristo para poder representarlo adecuadamente al mundo... Ninguno de nosotros necesita excusar nuestro temperamento apresurado, nuestro carácter deforme, nuestro egoísmo, envidia, celo o cualquier impureza del alma, cuerpo o espíritu. Dios nos ha llamado a la gloria y la virtud. Hemos de obedecer el llamado...
¿Cómo podemos escapar del poder de uno que fuera una vez un ángel exaltado en las cortes celestiales? Él era un ser lleno de belleza y encanto personal, bendecido con un intelecto poderoso. Debido a su exaltación se creyó igual a Dios... ¿Cómo podemos discernir sus falsas teorías y resistir sus tentaciones? Solo a través de la experiencia individual ganada al recibir un conocimiento de Jesucristo nuestro Señor. Sin ayuda divina no podremos de manera alguna escapar las tentaciones y trampas que Satanás ha preparado para engañar las mentes humanas...
Hemos de andar como él anduvo, siguiendo de cerca sus pisadas, manifestando su mansedumbre y humildad... El servicio de Cristo es puro y elevado. El camino que él transitó no es de agrado propio o gratificación propia. El les habla a sus hijos y les dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mat. 16:24). El precio del cielo es el sometimiento a Cristo. El camino al cielo es la obediencia al mandato, "niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Como Jesús transitó, debemos transitar nosotros. El camino que él siguió, nosotros debemos seguir; porque ese camino conduce a las mansiones que él está preparando para nosotros.— Review and Herald, 24 de abril de 1900.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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