Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme (Salmo 40:1,2).
El 13 de noviembre de 1985 el volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, entró en erupción. El flujo piroclástico que salió del cráter fundió el glaciar de la montaña y desencadenó cuatro avalanchas de lodo por los seis ríos que nacen cerca del volcán. Después de 69 años de inactividad, la erupción tomó por sorpresa a los poblados cercanos. Una muralla de barro bajó por el río Lagunilla a sesenta kilómetros por hora. El barro cubrió totalmente el pueblo de Armero, transformándolo al instante en la tumba común de veinte mil personas.
El barro complicó los trabajos de rescate, pues hacía casi imposible moverse sin quedar atrapado. Para cuando los rescatadores alcanzaron Armero, doce horas después de la erupción, muchas de las víctimas ya habían muerto. Los rescatadores se horrorizaron ante el panorama de desolación que quedó tras la erupción. Los equipos de rescate encontraron a Omayra Sánchez, de trece años, hundida hasta el cuello en el barro. Durante setenta horas trataron de liberarla, sin éxito. Por todo el mundo se publicaron tomas de video y fotografías suyas hasta que, finalmente, falleció.
Esa fue la segunda erupción volcánica más mortífera del siglo XX, que superó únicamente la del monte Pelee, Martinica, en 1902, y el cuarto evento volcánico más mortífero desde el año 1500. El suceso fue una catástrofe previsible pues, durante las semanas y los días previos a la tragedia, los geólogos y otros expertos habían advertido a las autoridades y a los medios de comunicación sobre el peligro.
Como dice el salmista, el mal ha abrazado a todas las almas. Vivimos en la fosa de la muerte, atrapados por el barro del pantano. No hay esperanza para nadie, fuera de Cristo. El mundo vio cómo murió Omayra Sánchez, presa del abrazo mortal del barro volcánico. Si Dios no hubiera librado milagrosamente al rey David, este habría muerto atrapado. Lo mismo puede sucederle a cualquiera que no lo busca para que lo libre del barro cenagoso del pecado y ponga sus pies sobre la Roca eterna de la salvación. Todos necesitamos que nuestros pies descansen sobre el firme fundamento de la verdad. Pon en el Señor toda tu esperanza para que te libre del abrazo mortal del pecado.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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