jueves, 14 de marzo de 2013

ENCUENTRA EL TESORO


No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón (Mateo 6:19-21, DHH).

Eva pertenecía a una comunidad musulmana. Su matrimonio había terminado en divorcio. Aunque varias veces pensó en suicidarse, decidió estudiar las grandes religiones del mundo, esperando que una de ellas le ofreciera consuelo. Comenzó con el cristianismo y, en particular, el Nuevo Testamento. No podía comprender sus enseñanzas, de modo que compró comentarios, diccionarios bíblicos y leyó más de ochocientos libros. Gradualmente, las piezas del rompecabezas fueron encajando y vio en todas las Escrituras un retrato de Jesucristo atractivo y persuasivo. Poco después era bautizada en la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Jesús contó la parábola del tesoro escondido: «El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo» (Mat. 13:44).
Esta parábola presenta importantes desafíos para el estudio de la Biblia. Jesús es el tesoro escondido; y la Biblia, el campo. Esto significa que las Escrituras no son un fin en sí mismas, sino que apuntan más allá, a Cristo. El estudio de la Biblia que no se concentra en Cristo olvida el propósito de la misma. Si no encontramos a Cristo en cada página de las Sagradas Escrituras, no las hemos comprendido. Las doctrinas que no tienen su centro en Jesús distorsionan la verdad bíblica.
Por eso Eva descubrió a Cristo después de leer más de ochocientos libros y, especialmente, el Nuevo Testamento. Porque Jesús resplandece en cada página de la Biblia. Por eso, se nos aconseja no acumular tesoros que nos impidan ver y «comprar» el tesoro más valioso, Cristo y la salvación. Sencillamente «donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón». Por eso es tan difícil que se salven los que confían en las riquezas. El joven rico «se fue triste» (Mat. 19:22), ¿recuerdas? Sus posesiones eran más importantes para él. Eligió conscientemente dejar a Cristo, aunque sabía que conocía el camino de la salvación.
La prosperidad y la bondad externa del ser humano suelen convertirse en las principales barreras para entregar sin reservas nuestras vidas a Jesucristo. Busca hoy el tesoro de la salvación. No evalúes tu vida cristiana según lo que tienes, porque podrías llevarte una gran sorpresa.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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