La salvación de los justos viene del Señor; él es su fortaleza en tiempos de angustia. El Señor los ayuda y los libra; los libra de los malvados y los salva, porque en él ponen su confianza. Salmo 37:39-40.
Mucha gente vive bajo la consigna de «el que me la hace, me la paga», o bajo esta otra tan popular: «Ojo por ojo, diente por diente». Devolver mal por mal a alguien que te ha hecho daño es una tendencia natural en los seres humanos. Pensamos que el orgullo herido exige venganza, un rechazo merece desprecio, un daño necesita ser compensado. Pero aunque sea una tendencia natural humana, ¿es posible pensar y vivir de manera diferente? ¡Por supuesto que sí! No solo es posible, sino que la Biblia nos llama a hacerlo y nos da también las claves para que aprendamos a confiar en el Señor y a dejar en sus manos la tarea de hacer justicia.
Es natural que cuando alguien nos daña vengan a nosotros pensamientos malos y emociones negativas, y que nuestro orgullo herido pida una restitución inmediata. Por otro lado, generar pensamientos y emociones positivas es un derecho y un privilegio que adquirimos cuando Dios nos dio el libre albedrío. Nadie ni nada puede hacernos pensar mal si no se lo permitimos.
La mejor salvaguarda para nuestra mente es sujetar nuestra voluntad a la voluntad de Dios y ejercer dominio propio sobre nuestras tendencias al mal. El salmista dice: «Mientras esté ante gente malvada vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré mordaza en la boca» (Sal. 39:1).
El simple hecho de desear la venganza, aun sin llevarla a cabo, causa un daño tremendo a nuestra sensibilidad. Cuando pensamos que nos han tratado injustamente se endurece nuestro corazón y nos envuelve en una mortaja de amargura y resentimiento que enferma el cuerpo y el espíritu.
Jesús, que estuvo expuesto a la vileza de la traición, nunca abrió su boca para proferir una amenaza. Enfrentó los peores maltratos con una palabra de bendición. Su último suspiro antes de morir estuvo acompañado de perdón: «Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23:34).
Este día pon frente a Dios la lista de las personas que te han hecho daño, y pide que los bendiga. Ten por seguro que, al hacerlo, tú serás la principal beneficiada.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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