Vi además que tan como el éxito en la vida despiertan envidias. Y también esto es absurdo; ¡es correr tras el viento! (Eclesiastés 4:4).
Está escrito. Si tienes éxito, si destacas porque haces bien las cosas, si eres excelente en el ejercicio de tu profesión, serás objeto de envidia. En algún lugar de la mente humana existe un mal resorte, de modo que la «excelencia de obras» de una persona siempre genera envidia en el prójimo.
Solo una minoría triunfa (desde el punto de vista humano) en el juego de la vida. Los integrantes de esa minoría, inevitablemente, despiertan la envidia de quienes los rodean. Soren Kierkegaard la llamó «la desdichada admiración». El envidioso siente una profunda admiración negativa por el objeto de su envidia.
Más específicamente, Kierkegaard dijo: «La envidia es una admiración que se disimula. El admirador que siente la imposibilidad de experimentar felicidad cediendo a su admiración, toma el partido de envidiar. Entonces emplea un lenguaje muy distinto, en el cual ahora lo que en el fondo admira ya no cuenta, no es más que insípida estupidez, rareza, extravagancia. La admiración es un feliz abandono de uno mismo; la envidia, una desgraciada reivindicación del yo».
Por eso el cristiano debe ser modesto. No debe ostentar su talento, su éxito, su fama, su riqueza. Si lo hace, peca contra su prójimo. Frangois de la Rochefoucauld, dijo: «Saber disimular las propias habilidades es una gran habilidad». Yo creo que, más que habilidad, se necesita la gracia de Dios.
¿Has leído la décima que escribió fray Luis de León en la pared de su celda donde estuvo preso por órdenes de la Inquisición? Enseña grandes lecciones. Dice así:
Aquí la envida y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso,
con solo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso.
El que ha llegado al punto en que no envidia a nadie ni es envidiado por nadie ha encontrado el contentamiento y a la felicidad pura. Interesante, ¿verdad? Tú eres guarda de tu hermano y una forma de cuidarlo es no inducirlo a la envidia. Cuidémonos de la falsa modestia, la que solo desea provocar envidia a su prójimo. Recuerda que el corazón es engañoso (Jer. 17:9). Comienza el día con Dios y él guardará tu corazón de todo mal.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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