He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad. Ezequiel 16:49.
Dios le dio el trabajo al hombre como bendición, para ocupar su mente, fortalecer su cuerpo y desarrollar sus facultades. Adán trabajaba en el jardín del Edén y encontró el placer más elevado de su santa existencia en la actividad física y mental. Cuando fue echado de su hermoso hogar como resultado de su desobediencia y fue obligado a luchar con un suelo rebelde para ganar su pan cotidiano, ese mismo trabajo fue un consuelo para su alma entristecida, una salvaguardia contra la tentación.
El trabajo razonable es indispensable tanto para la felicidad como para la prosperidad de nuestra raza. Fortalece al débil, vuelve valiente al tímido, rico al pobre y feliz al desdichado. Nuestras diversas tareas están en proporción directa con nuestras diferentes capacidades, y Dios espera los réditos correspondientes de los talentos que les ha concedido a sus siervos. No es la grandeza de los talentos que se poseen lo que determina la recompensa, sino el modo como se los usa; el grado de lealtad que se aplica en el desempeño de los deberes de la vida, sean grandes o pequeños.
La ociosidad es una de las más grandes maldiciones que pueden recaer sobre el hombre, porque el vicio y el crimen siguen en su estela. Satanás está al acecho, listo para sorprender y destruir a los que no están en guardia, cuya ociosidad le da la oportunidad de insinuárselas bajo algún disfraz atractivo. Nunca tiene más éxito que cuando se acerca al hombre en sus momentos de ocio...
Los ricos a menudo se consideran merecedores de la preeminencia entre sus congéneres y en el favor de Dios. Muchos se sienten exentos del trabajo manual honesto y miran con desprecio a sus vecinos más pobres. A los hijos de los ricos se les enseña que para ser caballeros y damas deben vestirse a la moda, evitar todo trabajo útil y evitar asociarse con las clases obreras...
Tales ideas están completamente en desacuerdo con el propósito divino en la creación de la humanidad...
El Hijo de Dios honró el trabajo. Aunque era la Majestad del cielo, escogió su hogar terrenal entre los pobres y los humildes, y trabajó por su pan de cada día en el humilde taller de carpintería de José... El camino del trabajador cristiano puede ser duro y estrecho, pero es honrado por las huellas del Redentor, y los que siguen en tal camino sagrado están seguros. — Signs of the Times, 4 de mayo de 1882; parcialmente en Cada día con con Dios, p. 133.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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