¡Despierta, brazo del Señor! ¡Despierta y vístete de fuerza! Despierta, como en los días pasados, como en las generaciones de antaño. ¿No fuiste tú el que despedazó a Rahab, el que traspasó a ese monstruo marino? (Isaías 51:9).
En el Congreso de Viena, en 1815, se reunieron las principales potencias de Europa para repartirse lo que quedaba del derrotado imperio napoleónico. La ciudad era una fiesta y los bailes de gala eran los más espléndidos que se hubieran visto jamás. Pero Napoleón seguía proyectando su sombra. En vez de ejecutarlo o exiliarlo en un país lejano, lo habían enviado a Elba, una isla cercana a las costas de Italia.
Aunque preso en una isla, un hombre tan audaz y creativo como Napoleón Bonaparte podía poner nerviosos a todos, incluso en la distancia. Los austríacos planearon asesinarlo, pero luego decidieron que era demasiado arriesgado. En una de las sesiones del Congreso, Alejandro I, el temperamental zar de Rusia, aumentó la tentación, porque cuando se le negó una parte de Polonia, amenazó: “¡Cuidado con lo que hacen, o liberaré al monstruo!”
De todos los diplomáticos presentes, solo Talleyrand, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón, parecía tranquilo y despreocupado. Era como si supiera algo que los demás ignoraban.
Pues el monstruo escapó. A pesar de que los cañones de varios barcos de guerra ingleses apuntaban a todos los puntos de salida de la isla, Napoleón escapó de Elba el 26 de febrero de 1815. Un barco con novecientos hombres lo recogió a plena luz de día. Los barcos ingleses lo siguieron pero no pudieron alcanzarlo. A pesar de que hubiera sido más seguro abandonar Europa, Napoleón decidió ir a Francia. Resolvió marchar hacia París.
Un ejército dirigido por el mariscal Ney, enviado a detenerlo, desertó en masa y se pasó al pequeño ejército de Napoleón. Por dondequiera que pasaba las ciudades se rendían a sus pies. Francia enloqueció. Napoleón gobernó Francia de nuevo. Esta se considera una de las hazañas más audaces de uno de los hombres más intrépidos de la historia. Pero el país estaba en bancarrota y en junio de ese mismo año, en la batalla de Waterloo, Napoleón fue derrotado definitivamente.
Sus enemigos lo exiliaron en la Isla de Santa Elena, frente a la costa occidental de África.
Allí no tenía la menor posibilidad de fugarse.
Satanás es un monstruo que no se le escapará a Dios. Él lo pondrá fuera de combate para siempre. Pídele a Dios que te dé la victoria sobre Satanás ante cualquier situación que enfrentes.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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