Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar. Salmo 46:1-2.
Cuando el alma se abate por alguna circunstancia externa, todas las defensas de nuestro organismo se inhiben. Cualquier caída emocional nos hace vulnerables y propensas a sufrir enfermedades de toda índole. Los sentimientos y las emociones como la tristeza, la desgana, la ansiedad y el miedo, son los signos predominantes en alguien que se siente abatido.
La pérdida de esperanza y de fe constituye el síntoma más grave de una persona que es presa del abatimiento de corazón. Siente que Dios está lejano y ausente, lo cual hace que las jornadas diarias le resulten pesadas y difíciles de enfrentar. Entonces, la voluntad se quebranta y la persona queda a la deriva, incapacitada para tomar decisiones importantes. La impotencia que se siente es tal, que faltan las fuerzas para tomar cualquier decisión.
Jesús, nuestro cariñoso pastor, está dispuesto a confortarnos cuando nuestras fuerzas naturales se agotan por causa de las vicisitudes de la vida. Él únicamente puede decir: «El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros» (Isa. 61: 1). Sanidad del corazón herido y liberación de nuestras prisiones mentales y reales, esa es la promesa.
Cuando el alma es confortada por el divino Pastor, se recobran las fuerzas perdidas, renace la esperanza y el ánimo apocado desaparece para dar paso a un nuevo espíritu de lucha que nos hace fuertes frente a los desafíos.
Que tu oración en este día sea: «Ten compasión de mí, oh Dios; ten compasión de mí, que en ti confío. A la sombra de tus alas me refugiaré, hasta que haya pasado el peligro» (Sal. 57: 1).
Amiga, si hoy al despertar creíste haber perdido la voluntad para continuar en la lucha, déjate apacentar por el buen Pastor, quien te «guía por sendas de justicia por amor a su nombre» (Sal. 23: 3). Si caminas por esas sendas de justicia, irás en la dirección correcta. Asegurarás tu bienestar personal y tendrás paz interior. Solamente busca conocer la voluntad de Dios y, en actitud de sumisión, disponte a cumplirla.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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