Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14.
Cristo vino al mundo para revelar el carácter del Padre y para redimir a la raza caída. El Redentor del mundo era igual con Dios. Su autoridad era como la autoridad de Dios. Declaró que no había existido separado del Padre. La autoridad con la cual él hablaba y hacía milagros era expresamente suya, y sin embargo nos asegura que él y el Padre son uno...
Jesús ejerció como legislador la autoridad de Dios; sus órdenes y decisiones estaban respaldadas por la Soberanía del trono eterno. La gloria del Padre se revelaba en el Hijo; Cristo manifestó el carácter del Padre. Estaba tan perfectamente relacionado con Dios... que el que había visto al Hijo había visto al Padre. Su voz era como la voz de Dios...
Cristo fue juzgado erróneamente por los judíos porque no se concentraba constantemente en la ley escrita en las tablas de piedra. Invitaba a hombres y mujeres a aprender de él, porque él era una representación viva de la ley de Dios... Él sabía que nadie podía señalar un defecto en su carácter o conducta. ¡Cuánto poder le otorgó a sus instrucciones su pureza intachable, cuánta fuerza a sus reproches, cuánta autoridad a sus mandatos! La verdad nunca languideció en sus labios, nunca perdió su carácter sagrado, porque era ilustrada en el carácter divino' de su Defensor...
Cuando Jesús hablaba, no era con incertidumbre vacilante, con repetición de palabras y figuras comunes. La verdad salía de sus labios revestida en representaciones nuevas e interesantes que le daban la frescura de una nueva revelación. Su voz nunca fue entonada en una clave antinatural, y sus palabras eran expresadas con un fervor y una seguridad apropiados a su importancia y las consecuencias tremendas de recibirlas o rechazarlas. Cuando alguien se oponía a sus doctrinas, las defendía con un celo y una certidumbre tan grandes que sus oyentes recibían la impresión de que él habría muerto, si hubiera sido necesario, para sostener la autoridad de sus enseñanzas.
Jesús era la luz del mundo. Vino de Dios con un mensaje de esperanza y salvación a los descendientes caídos de Adán. Si los hombres y mujeres solo lo recibían como su Salvador personal, él prometía restaurar en ellos la imagen de Dios y redimir a todos los que se habían perdido por el pecado. Les presentaba la verdad sin entretejerle una fibra de error.— Review and Herald, 7 de enero de 1890; parcialmente en Comentario Bíblico Adventista, tomo 7a, p. 260.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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