martes, 16 de julio de 2013

CUARENTA AÑOS DE APRENDIZAJE

Y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Éxodo 2:23.

En todo sentido, Moisés se había convertido en un gran hombre. Como escritor, líder militar y filósofo, no había otro superior. El amor a la verdad y la justicia se había convertido en el fundamento de su carácter, y había producido una constancia de propósito que no podía ser influenciada por ninguna variación de la moda, la opinión o empresa. Su vida se caracterizaba por la cortesía, la diligencia y una firme confianza en Dios. Era joven y vigoroso, lleno de energía y fortaleza viril. Había simpatizado profundamente con sus hermanos en sus aflicciones, y en su corazón se había encendido el deseo de libertarlos. Según la sabiduría humana, parecía a todas luces que era idóneo para su obra.
Pero Dios ve lo que el hombre no ve; sus caminos no son nuestros caminos.
Moisés todavía no está preparado para cumplir esta gran obra; ni el pueblo está preparado para la liberación. Él ha sido educado en la escuela de Egipto, pero todavía le toca pasar por la escuela severa de la disciplina, antes de encontrarse calificado para su sagrada misión. Antes de poder gobernar con éxito a las multitudes de Israel, debe aprender a obedecer, debe aprender el control propio. Es enviado a la soledad del desierto durante cuarenta largos años, para que en su vida de anonimato, en el humilde trabajo de cuidar las ovejas y los corderos del rebaño, pueda ganar la victoria sobre sus propias pasiones. Debe aprender una sumisión plena a la voluntad de Dios antes de poder transmitir tal voluntad a un gran pueblo.
Seres humanos de poca visión habrían prescindido de esos cuarenta años de capacitación entre las montañas de Madián, y estimado que era una gran pérdida de tiempo. Pero la Sabiduría infinita colocó durante este periodo a aquel que habría de ser un poderoso estadista, el libertador de su pueblo de la esclavitud, en circunstancias que desarrollarían su honestidad, su previsión, su fidelidad y solicitud, y su habilidad para identificarse con las necesidades de los necios que quedarían bajo su cuidado. Aquellos a quienes Dios confía responsabilidades importantes no han sido criados en la comodidad o el lujo; los nobles profetas, los líderes y los jueces escogidos por Dios han sido personas cuyo carácter fue formado por las realidades severas de la vida.
Dios no elige para su obra a personas de un solo molde y temperamento, sino a personas de temperamentos variados —Signs of the Times, 19 de febrero de 1880.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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