domingo, 28 de julio de 2013

MUERTE DE LOS PRIMOGÉNITOS

Y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Éxodo 11:5.

A medida que Moisés presenciaba las maravillosas obras de Dios, su fe se fortalecía y se afianzaba su confianza. Dios lo había estado calificando, por medio de manifestaciones de su poder, para colocarse a la cabeza de los ejércitos de Israel, como un pastor de su pueblo, para sacarlos de Egipto. Su firme confianza en Dios lo elevó por encima del temor. Este valor en la presencia del rey contrariaba el orgullo altanero de este, y lo llevó a amenazar de muerte al siervo de Dios. En su ceguera, no advirtió que no contendía únicamente con Moisés y con Aarón, sino contra el poderoso Jehová, el Hacedor del cielo y la tierra. Si Faraón no hubiera estado enceguecido por su rebelión, habría sabido que Aquel que podía producir milagros tan extraordinarios como aquellos podía preservar la vida de sus siervos escogidos, aunque tuviera que matar al rey de Egipto.
Moisés había obtenido el favor del pueblo. Lo consideraban un personaje maravilloso; por lo tanto, el rey no se atrevía a hacerle daño.
Pero Moisés todavía tenía otro mensaje para entregar al monarca rebelde, y antes de abandonar su presencia declaró temerariamente la Palabra del Señor: “A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas” (Éxo. 11:4-7)…
Según Moisés fielmente describía la naturaleza y los efectos de la última plaga terrible, el rey se volvió extremadamente iracundo. Se enfureció porque no podía intimidar a Moisés y hacerlo temblar ante la autoridad real. Pero el siervo de Dios se apoyaba, para su sustento, en un brazo más poderoso que el de cualquier monarca terrenal -Signs of the Times, 18 de marzo de 1880.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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