Dios no nos llamó a la impureza sino a la santidad; por tanto, el que rechaza estas instrucciones no rechaza a un hombre sino a Dios, quien les da a ustedes su Espíritu Santo. 1 Tesalonicenses 4:7-8
La preocupación de los gobernantes por la contaminación ambiental en el mundo aumenta a diario. Se han diseñado planes y estrategias para erradicar muchas malsanas prácticas relacionadas con ella. Sin embargo, los intentos, aunque bien intencionados, no han rendido los resultados esperados. Nosotras, las hijas de Dios, sabemos que este es uno de los resultados inevitables del pecado.
Sin embargo, hay un tipo de contaminación que es el arma favorita de Satanás para destruir a los seres humanos: la contaminación de la mente. La mente es la generadora de nuestros pensamientos, y de ellos se desprenden las actitudes que finalmente se trasforman en acciones concretas. Elena de White, al referirse a la importancia de vigilar la mente, escribe: “Como centinelas fieles, han de guardar la ciudadela del alma, y nunca sentir que pueden descuidar su vigilancia ni por un momento” (Mente, carácter y personalidad, tomo 1, cap. 9, p. 84).
Nuestros pensamientos pueden verse contaminados por todo lo que vemos y oímos, e incluso por lo que comemos. En muchos de nuestros hogares hemos consentido la entrada a la contaminación mental al permitir un uso sin control de televisión e Internet. A través del uso irregular de esos medios se puede contemplar toda clase de actos pecaminosos, y lo peor del asunto es que corremos el riesgo de acostumbramos a ello.
Si en tu hogar los avances tecnológicos contaminan los pensamientos y la vida de sus miembros, es necesario que traces un plan de recuperación antes de que sea demasiado tarde. En la Palabra de Dios leemos: “Despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida” (Sant. 1:21).
Mi querida amiga, nosotras las madres, las reinas del hogar, debemos mantener un código de pureza que impida que nuestros hijos y que nosotras mismas caigamos en la contaminación mental mencionada por el apóstol. La autoridad amorosa, el dominio propio y la ayuda divina son las armas más poderosas para erradicar el pecado y la contaminación moral de nuestros hogares.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
No hay comentarios:
Publicar un comentario