Ustedes, por su parte, ambicionen los mejores dones. 1 Corintios 12:31
Hoy en día, la mayor parte de los seres humanos aspira a que se diga de ellos que tienen un desempeño excelente. Sin embargo, son pocos los que conocen el significado de la verdadera excelencia y están dispuestos a pagar el precio de la misma. La exigencia es la mejor senda para llegar a la cima de la excelencia. Quien aspira a alcanzar dicha meta debe esforzarse en dar lo mejor de sí.
Para dar lo mejor de uno es necesario buscar en nuestro interior con el fin de descubrir los recursos que Dios nos ha concedido. Luego, dedicar tiempo y esfuerzo a trabajar con ellos, pulirlos y usarlos a favor de los demás, así como para honrar el nombre de Dios. Ese es el único camino hacia la excelencia, y no siempre resulta fácil. Para algunos significa la negación de deseos personales; suprimir cosas que para otros serían esenciales; tener disciplina y ser capaces de superar los fracasos momentáneos.
Dios quiere que seamos mujeres comprometidas con la excelencia. En la Biblia leemos: «Ustedes, por su parte, ambicionen los mejores dones» (1 Cor. 12: 31). Luego, la pregunta que nos toca formularnos es: ¿Cuál es el límite de esta sana «ambición» personal? Por supuesto, al reconocer que todo talento y don provienen de Dios, nuestra prioridad debería ser ofrecer al Señor y al prójimo un servicio abnegado y de calidad. «Vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder» (Col. 1: 10-11).
Si nuestra búsqueda de la excelencia no está centrada en Dios, en quien se origina todo don, esta podría convertirse en una búsqueda infructuosa, frustrante y desgastadora. La medida de Dios para la mujer que anhela la excelencia está expresada en su Palabra: «Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño» (Ecle. 9: 10).
Amiga, al realizar tus faenas diarias, recuerda que Dios espera lo mejor de ti, No importa en qué lugar te encuentres, en tu hogar, en la escuela, en el trabajo, recuerda servir a tu prójimo y glorificar a Dios en todo lo que hagas y también en la forma en que lo hagas.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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