Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor… Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo. Lucas 2:8-10.
Los ángeles contemplaban a José y a María, los cansados viajeros que iban camino a la ciudad de David para pagar sus impuestos, según el decreto de Augusto César. En la providencia de Dios, José y María fueron llevados allí, porque era el lugar en que la profecía había predicho que Cristo nacería.
Buscan un sitio de reposo en la posada, pero son rechazados porque no hay lugar. Los ricos y honorables han sido recibidos y encuentran descanso y lugar, entretanto que estos cansados viajeros son obligados a buscar refugio en un rudo edificio que alberga a las pobres bestias.
Aquí nace el Salvador del mundo. La Majestad de gloria, que llenaba todo el cielo de admiración y esplendor, se humilla para acostarse en un pesebre.
En el cielo estaba rodeado de los santos ángeles, pero ahora sus compañeros son las bestias del establo. ¡Tamaña humillación!
A causa de que no hay nadie entre los hijos de la humanidad que anuncie el advenimiento del Mesías, ahora los ángeles deben cumplir esa tarea, que era el honroso privilegio de los seres humanos…
Los humildes pastores, que cuidan sus rebaños de noche, son los que reciben gozosamente su testimonio… Al principio, no disciernen las miríadas de ángeles congregadas en el cielo. El brillo y la gloria de la hueste celestial iluminan y glorifican toda la pradera…
Los pastores se llenan de gozo y, mientras va desapareciendo la brillante gloria y los ángeles regresan al cielo, todos refulgen con las buenas nuevas y se apresuran para buscar al Salvador. Encuentran al infante Redentor, según hablan testificado los mensajeros celestiales, envuelto en pañales y acostado en la estrechez de un pesebre.
Los eventos que acababan de ocurrir han dejado impresiones indelebles en sus mentes y sus corazones, y están llenos de asombro, amor y gratitud por la gran condescendencia de Dios hacia la familia humana al enviar a su Hijo al mundo -Review and Herald, 17 de diciembre de 1872.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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