Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría. Lucas 2:40.
El pueblo judío acariciaba ideas equivocadas acerca del Mesías y de su obra…
Buscaban la gloria que acompañará a la segunda venida de Cristo, a la vez que pasaban por alto la humillación que debía acompañar su primer advenimiento.
Pero con sus preguntas acerca de las profecías de Isaías, que apuntaban hacia su primera venida, Jesús arrojaba luz sobre las mentes de las personas que se mostraban dispuestas a recibir la verdad. Antes de venir a la tierra, él mismo les había dado estas profecías a sus siervos, quienes las habían escrito, y ahora, a medida que estudiaba la Biblia, el Espíritu Santo traía estas cosas a su mente, y lo impresionaba acerca de la gran obra que debía realizar en la tierra. Aunque crecía en conocimiento y la gracia de Dios estaba con él, no se enorgulleció ni sintió que estaba por encima de la realización del deber más humilde. Llevó su parte de la carga, junto con su padre, su madre y sus hermanos. A pesar de que su sabiduría había asombrado a los doctores, se sometió humildemente a la tutela de sus guardianes humanos. Soportó lo que le correspondía de las cargas familiares, y trabajó con sus propias manos como lo habría hecho cualquier obrero. De Jesús se dijo que a medida que avanzaba en años “crecía en sabiduría, en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52).
El conocimiento que adquiría diariamente acerca de su misión maravillosa no lo descalificaba para la realización de los deberes más humildes. Realizaba alegremente el trabajo que les corresponde a los jóvenes que viven en hogares humildes, presionados por la pobreza. Comprendía las tentaciones de los niños, porque tuvo que soportar sus tristezas y pruebas. Su propósito de hacer el bien fue firme y constante. Aunque fue inducido hacia el mal, rehusó apartarse una sola vez de la verdad y la rectitud más estrictas. Mantuvo una obediencia filial perfecta; pero su vida inmaculada suscitó la envidia y los celos de sus hermanos.
Su niñez y su juventud fueron cualquier cosa, menos fáciles y alegres.
Sus hermanos no creían en él, y se irritaban porque no actuaba como ellos en todas las cosas ni se transformaba en uno de ellos en la práctica del mal. En su vida hogareña fue alegre, pero nunca ruidoso. Siempre mantuvo la actitud de quien estaba dispuesto a aprender. Se deleitaba en el estudio de la naturaleza, y Dios fue su maestro-Youth’s Instructor, 28 de noviembre de 1895; parcialmente en Exaltad a Jesús, p. 71.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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