sábado, 10 de agosto de 2013

SALVAR O PERDONAR

No alimentes odios secretos contra tu hermano, sino reprende con franqueza a tu prójimo para que no sufras las consecuencias de su pecado (Levítico 19:17).

El odio es un virus difícil de curar. Es también un parásito que sobrevive a costa de nuestra vida y nuestra felicidad. Sin embargo, aunque ardua, la sanación es posible.
Michael Cristofer, en su obra de teatro Black Angel [Ángel negro], cuenta la historia de un general de la Alemania nazi a quien el tribunal de Nuremberg había condenado a treinta años de prisión por las atrocidades que cometieran sus soldados. Se llamaba Hermann Engel. Por cierto, en alemán, Engel quiere decir ángel. Al terminar su sentencia, Engel fue liberado y se retiró a una pequeña cabaña en las montañas de Alsacia, Francia, tratando de olvidar su pasado y vivir en paz. Morríeaux, sin embargo, esperaba su turno.
La familia de Morrieaux, un periodista francés, había sido masacrada por las tropas de Engel. Cuando el tribunal de Nuremberg se negó a sentenciarlo a muerte, Morrieux selló el destino de Engel en su propio corazón. Treinta años después viajó al pueblo cercano a la cabaña y allí convenció a los fanáticos para que subieran y quemaran a Engel y a su esposa.
Antes de caer la noche, sin embargo, Morrieaux subió para entrevistar a su víctima. Había detalles de la historia que Morrieaux deseaba investigar. Cuando Morrieaux estuvo frente a Engel, quedó confundido. Vio una figura endeble y temblorosa. Un anciano torturado por su conciencia que solo quería descansar. Conforme avanzaba la entrevista, Morrieaux decidió salvar al pobre anciano. Le reveló lo que pasaría en unas pocas horas y le dijo que estaba dispuesto a sacarlo de allí y salvar su vida. Engel le contestó lentamente: “Iré con usted con una condición: que me perdone”. Morrieux trastabilló. Estaba dispuesto a salvar a ese anciano endeble pero, ¿perdonarlo? ¡Nunca!
Esa noche los aldeanos subieron y asesinaron a Engel y a su esposa. ¿Por qué Morrieaux no pudo perdonar? Se había convertido en prisionero de su odio. La venganza se había convertido en su razón de existir y había devorado su alma. En cierto modo, Morrieaux se había convertido en su odio. No le pertenecía. Él pertenecía a su odio.
Dios nos pide que perdonemos a quienes nos hieren. El perdón, y solo el perdón, sanará nuestra alma. Pide a Dios que esta mañana te dé el poder de perdonar a la persona que te haya hecho daño.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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