“Llegando al sitio llamado Gólgota, que quiere decir Lugar de la Calavera, diéronle a beber vino mezclado con hiel; mas, en cuanto lo gustó, no quiso beberlo. Así que lo crucificaron”. Mateo 27:33-35, NC
¿Quién es este dios que nos ha elegido? Doce horas después del episodio en Getsemaní, a mediodía del viernes, Jesús cuelga de una cruz romana. Su espalda lacerada -una espalda hecha trizas hasta convertirla en un repulsivo boquete sangriento, rasgado por trocitos de hueso y metal incrustados en las correas de cuero del látigo de la flagelación que azotó su piel- roza la astillosa madera.
Los nervios, los tendones, los vasos sanguíneos de sus muñecas y sus pies han sido machacados por clavos de hierro de quince centímetros clavados a martillazos en el listón de madera. Clavado en una posición cruelmente prevista para producir la estrangulación espástica del proceso de la respiración, Jesús debe elevar su pecho simplemente para respirar. Pero para expandir el diafragma durante un tiempo suficiente para aspirar más aire, debe arrastrar por la madera la espalda hecha trizas mientras aguanta su peso contra sus muñecas y sus tobillos clavados, produciendo un dolor agudo y ardiente.
No es de extrañar que los latinos acuñaran la palabra excruciatus, que significa “sacado de la cruz” y de donde provienen palabras en varios idiomas -como la inglesa excrucia- ting-, que subrayan lo insoportable de aquel suplicio. El Calvario no fue una merienda ni nada parecido. Y, en consecuencia, hemos venido a concebir la crucifixión como el sufrimiento físico por antonomasia, ¿verdad? Ciertamente, la interpretación de Mel Gibson llevaría a uno a esa conclusión.
Sin embargo, ¿es la cruz el súmmum del dolor humano? Una vez vi a un amigo morir de cáncer, conectado a su gotero de morfina día y noche. Seguro que seis horas de Calvario no son equivalentes a seis semanas de cáncer terminal, ¿no? Debe de haber algo más en la cruz que la representación gráfica del sufrimiento humano y el dolor físico.
“Toda su vida, Cristo había estado proclamando a un mundo caído las buenas nuevas de la misericordia y el amor perdonador del Padre. Su tema era la salvación aun del principal de los pecadores. Pero en estos momentos, sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que lleva, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plenamente el hombre. Tan grande fue esa agonía que apenas le dejaba sentir el dolor físico” (El Deseado de todas las gentes, cap. 78, p. 713, la cursiva es nuestra).
¿Apenas sentido? Entonces, ¿qué provocó tal grito de angustia antes de su muerte?
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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