No entiendo cómo funciona la electricidad, pero no dejo que eso me haga permanecer en la oscuridad. Anónimo
No tengo que entender a Dios para creer en él ni para quererlo. No siempre entiendo a mi familia ni a mis amigos; sin embargo, los quiero.
Mi relación con Dios comenzó mal porque no pude entenderlo. Cuando mi padre enfermó yo tenía nueve años y apenas sabía nada de la vida. Ignoraba el nombre de aquella enfermedad y cómo me afectaría… pero sabía que algo no iba bien. En mi mente infantil me dije: “Mónica, tienes que rezar” (por aquel entonces era católica). Y recé y recé: “Dios, haz que mi padre se cure”. Mi padre murió, y yo me enfadé. ¡Con Dios! No sabía que Dios es como una madre, o una mejor amiga, o un marido que te ama: puedes enfadarte con él que no por eso deja de quererte con la misma intensidad. La inmadura era yo, y creí que no podía ser amiga de alguien con quien estuviera enfadada. Me alejé de Dios por culpa del dolor.
Dios quiere una relación auténtica con cada ser humano, y si algo define al ser humano es precisamente su humanidad. Soy humana porque dudo, porque me enfado, me emociono, me equivoco y, a este material inservible que soy yo, Dios le propone una relación Padre-hija, una confianza más allá del dolor. Sigo sin entender todo lo malo de este mundo de pecado, pero cada mañana agarro el teléfono y llamo a Dios, a lo largo del día le envío mensajes para que sepa que me acuerdo de él y no me acuesto sin poner en práctica el principio: “No dejen que el sol se ponga estando aún enojados” (Efe. 4:26, NVI).
Si te estás haciendo preguntas acerca de Dios recuerda que esa es una condición universal, inherente a la experiencia del sufrimiento. “Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. […] Gemimos dentro de nosotros, esperando […] la redención. […] Pero el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, […] intercede por nosotros […]. Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien” (Rom. 8:22-28, RV95).
No te quedes en la oscuridad simplemente porque no entiendas a veces cómo funciona la luz de Dios.
“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien” (Rom. 8:28, RV95).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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