Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. Salmo 32:8.
Después de un viaje largo y duro desde Harán, la caravana de Abram finalmente llegó a Siquem, en la Tierra Prometida. Allí colocaron sus tiendas en un valle ancho y cubierto de hierba, salpicado con robles y olivares. ¡Cuánta alegría había en el campamento! Todos estaban entusiasmados con los manantiales claros y burbujeantes, con las colinas arboladas, y con la abundancia de fruta y grano.
Pero, inmediatamente después de haber instalado su tienda, Abram se dio cuenta de que algo andaba terriblemente mal. La tierra estaba ocupada por los cananeos idólatras. ¡En las hermosas arboledas había altares para sacrificios humanos! Abram se estremeció. Era como una profunda sombra sobre toda la tierra. ¿Por qué Dios lo había conducido todo el camino desde su país natal, lleno de idólatras, para vivir en medio de una idolatría peor?
Entonces, Dios habló. “A tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12:7). En lugar de estresarse por los altares horrorosos para los dioses falsos que lo rodeaban, Abram decidió construir altares para el Dios verdadero. Dondequiera que instalaba su tienda, construía un altar de piedras, dejando que la gente supiera que creía en el sacrificio de un cordero como un símbolo del Salvador por venir. Y, cada vez que se iba, el altar permanecía. Años más tarde, cuando los cananeos nativos se toparan con estos altares, recordarían a Abram y lo que les había enseñado, y ellos también mirarían por fe la promesa de Dios.
Cuando toda la caravana se movió hacia el sur, hacia Bet-el, enfrentaron otro problema. No llovía. Lentamente, la sequía secó toda la vegetación y el hambre parecía estar cerca. ¿Qué podían hacer? Con ansiedad, los parientes de Abram y sus siervos lo miraron. ¿Qué haría él ahora? ¿Volver a Ur? Si la tierra estaba cada vez más seca, entonces quizá Dios lo había abandonado. Pero Abram conocía a su Amigo. Podría haber contratiempos, pero sabía que Dios tenía sus ojos sobre él todo el tiempo.
Empacando todo, se movieron al sur, hacia Egipto, pero Abram todavía creía en la promesa de Dios. En algún momento, pronto, regresaría a Canaán otra vez y esperaría que su Amigo lo dirigiera.
Hoy. Dios tiene su ojo sobre ti. así como lo tenía sobre Abram. Si estás tan dispuesto como lo estaba Abram, él te enseñará el camino en que debes andar y te guiará por él.
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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