“Pero cuando llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua’’. Juan 19:33, 34
Tengo en mi poder un papel que me dio un simpático miembro de mi iglesia que es propietario de una funeraria: un acta de defunción. Y aunque es un hecho, en el supuesto caso de que el tiempo siga su curso lo suficiente, que nuestro nombre aparecerá algún día en un papel similar, lo he pasado mal teniendo que admitirme a mí mismo que uno de estos días, si Jesús no viene pronto, también habrá un acta con mi nombre.
Aquella fatídica tarde de viernes antes de que el sol poniente volviera rojo el cielo sobre la santa ciudad, ¿qué anotó el sombrío forense en el acta de defunción de Jesús? En la línea 27, “causa del fallecimiento”, ¿qué garabateó? ¿Tres clavos romanos? ¿La lanza de un centurión? ¿Cuarenta latigazos en la espalda menos uno por parte de aquel legionario? ¿La retorcida corona de espinas trenzadas y clavada sobre su frente ensangrentada? ¿O fue la respiración jadeante y espasmódica lo que acabó sofocando a la víctima de la cruz? ¿Qué mató a Jesús?
Un amigo mío médico me envió una vez un artículo de portada del Journal of the American Medical Association (JAMA), en el que un médico, un pastor y un artista anatómico colaboraron en una investigación de cómo murió Jesús. ¿Su conclusión? “Una arritmia cardíaca fatal puede explicar el evidente episodio catastrófico terminal” (t. 255, N° 11, p. 1463). ¿Eso mató a Jesús?
Sin embargo, a la mayoría nos han enseñado desde la niñez una respuesta rápida y simple: nuestros pecados. ¿Qué pecados? Bueno, ya sabes, nuestro orgullo y nuestro egocentrismo, nuestro mal genio y nuestra lengua vil, nuestro corazón lujurioso y nuestra mente llena de adicciones, nuestro odio, nuestra ira, nuestros homicidios y nuestra rebelión, nuestro apetito pervertido, nuestra completa deslealtad y falta de honradez. En resumidas cuentas, todos nuestros pecados: eso mató a Jesús.
Sin embargo, ¿de verdad es así? ¿Podría ser que tengamos tanta razón que, de hecho, estemos equivocados? Con nuestra sensibilidad occidental, analizamos, teorizamos, filosofamos, escrutamos y hasta teologizamos la cruz. Y después, con voto unánime, declaramos que nuestros pecados lo mataron.
Pero la verdad es que llegamos doce horas tarde. La respuesta que buscamos reluce en el sudor sanguinolento de un huerto a medianoche.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
#ElSueñoDeDiosParaTi #MeditacionesMatutinas #DevocionMatutinaParaAdultos #vigorespiritual #plenitudespiritual
No hay comentarios:
Publicar un comentario