viernes, 26 de febrero de 2016

LA ESCUELA DEL DESIERTO

Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. Salmo 90:2.

Mientras Moisés estuvo en Madián, se casó con Séfora, una de las siete hijas de Jetro.
Esto también estuvo dirigido por Dios. Ella era justo el tipo de mujer que Moisés necesitaba.
Más tarde, tuvieron dos hijos. Moisés les puso el nombre a partir de su propia experiencia. El más grande era Gersón, que significa “destierro”, o “expulsado”, en memoria de su huida de Egipto. El más pequeño se llamó Eliezer, “mi Dios es un ayudador”, porque Moisés sabía que Dios lo había ayudado y, como expresó: “Me libró de la espada de Faraón” (Exodo 18:4).
Moisés y su familia se establecieron en una vida feliz y tranquila en el desierto. Su vida era muy diferente de lo que siempre había pensado que sería. En lugar de dirigir ejércitos y dar órdenes, arreaba las ovejas. En este nuevo trabajo, mucho de lo que había aprendido en Egipto tuvo que ser desaprendido. Había sido un hombre violento. Como general, Moisés pensaba en términos de armas. Descubrió que tales medios no funcionarían con las ovejas. No podía arrojarles piedras y esperar tener buenos resultados. Gradual pero constantemente, Moisés comenzó a cambiar sus métodos.
La mayor parte de su vida la había pasado en el esplendor del palacio egipcio. Ahora veía algo más grande y mucho más impactante. “En la solemne grandeza de las colinas sempiternas percibía la majestad del Altísimo y, por contraste, comprendía cuán impotentes e insignificantes eran los dioses de Egipto. Por doquiera veía escrito el nombre del Creador. Moisés parecía encontrarse ante su presencia, eclipsado por su poder” (Patriarcas y profetas, p. 251).
Allí, en las remotas regiones del desierto, las influencias que, inconscientemente, habían apartado su mente de Dios desaparecieron gradualmente. Su orgullo y su prepotencia se disolvieron también. Día tras día dependía más y más de Dios, y menos y menos de él mismo.
Y Dios le habló. Mientras apacentaba las ovejas entre las solitarias colinas, Dios lo inspiró a escribir el libro de Génesis. Mira el texto para hoy. Ese también fue escrito por Moisés.
Allí afuera, en el desierto. Dios estaba preparando a su líder. Le llevaría cuarenta años. pero valía la pena. Dios, en su gran sabiduría, “no consideró este período como demasiado largo, ni como demasiado grande el precio que costaba impartir una experiencia semejante” (La educación, p. 64).

Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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