¡Llora!, que el llanto tiene enseñanzas y guarda esperanzas que son perfumes del corazón. Víctor Hugo
El primer hombre que encontramos llorando en la Biblia, lloraba por una mujer. Tal vez a Abraham no le habían enseñado ese dicho tan repetido (aunque no por ello es cierto) de que los hombres no lloran. La verdad es que el anciano patriarca “lloró por la muerte de Sara y le guardó luto” (Gén. 23:2). Como ser humano que era, sufrió emociones negativas y les dio salida a través del llanto.
Lejos de ser un caso aislado, muchos otros personajes de la Biblia mostraron su dolor mediante las lágrimas. Jacob “por mucho tiempo lloró la muerte de su hijo” José (Gén. 37:34); cuando “Ezequías cayó gravemente enfermo [...] lloró amargamente” (2 Rey. 20:1-3); el rey David se expresó con estas palabras: “Estoy cansado de llorar. Noche tras noche lloro tanto que inundo de lágrimas mi almohada” (Sal. 6:6, 7). Cuando “Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: ‘Antes que cante el gallo, me negarás tres veces’ lloró amargamente” (Mat. 26:75). Y nuestro mayor ejemplo, nuestro Señor, al ver la ciudad de Jerusalén “lloró por ella” (Luc. 19:41), porque anhelaba que se volvieran a Dios; y junto al sepulcro de su amigo Lázaro “Jesús lloró" nuevamente (Juan 11:35).
Tal vez tú también tienes motivos para llorar. Quizá por la muerte de un hijo, la frustración de un
divorcio que ha puesto fin a tus planes de vida, la presión económica que te ha llevado a perder tu casa, la enfermedad o la ruptura con una amiga en quien confiabas... No hay nada atractivo en el hecho de llorar, pero tampoco hemos de avergonzamos de nuestras lágrimas, sino utilizar las lecciones aprendidas para convertirlas en algo positivo. “Nuestra tarea como supervivientes (de la enfermedad, del divorcio, del dolor, de la desesperanza) es testificar, cargar la antorcha de la esperanza para todos los que viajan a través del valle de la muerte. Depende de nosotros, los que llegamos a ver más allá de ese valle, compartirlo”.* A ti que estás cansada de llorar, Dios te dice: “Yo he escuchado tu oración y he visto tus lágrimas” (2 Rey. 20:5), y te recuerda que “el llanto podrá durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría” (Sal. 30:5, NTV). Conserva la fe en tus momentos más bajos.
Regina Brett, Dios nunca parpadea (México D. F.: Diana, 2011), p. 180.
“El llanto podrá durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría" (Sal. 30:5, NTV).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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