Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. Proverbios 22:6.
La hija del Faraón no había ido al río solo para lavarse y darse un baño. Era por algo más importante que esto. Los egipcios consideraban que bañarse en el Nilo era un neto de adoración porque, para ellos, sus aguas eran sagradas. Pensaban que el río era un dios que traía fertilidad a la tierra, y productividad y larga vida a todo Egipto.
Cuando la princesa descubrió al bebé flotando en su pequeña arca, naturalmente lo conectó con su dios rio. Llamó al niño Moisés, que significa sacado de las aguas, ‘porque”, dijo, “de las aguas lo saqué”.
Afortunadamente, Moisés no fue llevado al palacio en esa oportunidad. En aquel entorno, seguramente habría crecido ignorando la verdad acerca de Dios y su pueblo. Su propia madre fue su maestra y, desde su más temprana edad, le enseñó las simples lecciones de confianza y obediencia al Dios del cielo. Jocabed sabía que llegaría el momento en que tendría que llevar a su hijo al palacio y dejarlo allí, y quería asegurarse de que él conocía tan bien que no lo atraerían todos los dioses de Egipto. Los sacerdotes ciertamente intentarían formar a Moisés en los misterios de los dioses egipcios.
Jocabed sabía del lavado de cerebro que continuaría. Las tentaciones del orgullo, de la comida y la bebida, y de los placeres en el palacio estarían calculados para apartar la mente de su hijo de Dios y de su gente. Ella quería que Moisés supiera que no era un egipcio, sino uno del pueblo de Dios, y que algún día el Señor guiaría a los hebreos a la Tierra Prometida.
Entonces una mañana, Moisés miró su humilde hogar por última vez. Lentamente, él y su madre recorrieron el camino desde la tierra de Gosén hasta el palacio. Las Escrituras no nos hablan de aquellos últimos momentos de despedida cuando Jocabed entregó a su hijo a la princesa como su nueva madre. La Biblia simplemente dice: “Se lo llevó a la hija del Faraón, y ella lo adoptó como hijo suyo” (Éxodo 2:10, NVI). Solo podemos imaginarnos las lágrimas, el beso final, el último abrazo y aquellas oraciones que la mantuvieron de rodillas hasta el día en que ella murió. Lo que sí sabemos es que Jocabed hizo bien su trabajo, porque preparó a uno de los líderes más grandes que el inundo haya visto alguna vez.
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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