“Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. 1 Juan 1:3
¿Te gustaría escribir una carta a Dios y recibir otra de él como contestación?
Puedes. Todo lo que necesitas es un diario y una pluma (o una computadora portátil). Soy consciente de que esto no va a ser para todo el mundo, pero, por otra parte, puede que sea lo que tu vida de oración ha estado esperando. Lo fue para la mía.
Digamos que tu relato evangélico para la mañana es Pedro andando sobre el agua. Bien, he ahí algo espectacular. Lo cual, naturalmente, fue lo que casi hundió a Pedro hasta el fondo del mar: el orgullo, la maldición de todos nosotros. Así que te encuentras leyendo y releyendo ese familiar pero tormentoso encuentro a medianoche en aguas profundas con Jesús. Al escrutar la oscuridad para seguir a Pedro, sientes en el rostro la punzante humedad de la espuma impulsada por el temporal. Efectivamente, ¡está andando de verdad sobre las olas realmente! Sin embargo, un instante después oyes un grito desgarrador que proviene de la oscuridad: “¡Señor, sálvame!” (Mat. 14:30). Y, dicho y hecho, ves a Pedro, empapado y apocado, agarrando la mano de Jesús y volviendo a subir con gran esfuerzo al bote. Fin.
¿Qué te dice esta historia sobre mi Amigo eterno? Una vez que tu meditación se decida por una respuesta a esa pregunta (o sea, la lección que percibes que Jesús extraería para ti si estuviera sentado en una silla a tu lado), toma tu diario y tu pluma (o tu computadora portátil) y garabatéale una carta. “Jesús, ¡cuantísimo me parezco a Pedro! Tan osado y valiente al principio, pero adentrado apenas diez pasos en el proyecto, me lo creo tanto que aparto los ojos de ti. ¡Cada vez! Y me hundo. Mi oración esta mañana es la de Pedro: ¡Señor, sálvame! Mantén mis ojos en ti todo el día. Amén”. No escribes para que te den el premio Pulitzer; estás manteniendo una conversación bidireccional con tu Maestro. Su Espíritu te habló a través del relato, y ahora tú contestas por medio de la carta. “Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo” (El camino a Cristo, cap. 11, p. 138). Realmente es así de simple.
Mantén tu corazón y tus ojos en Jesús. Sin duda, mira largo y tendido a Pedro (o a cualquier otra persona que acuda al Salvador en el relato) para ver cómo te sitúa el Espíritu en el relato. Pero mantente centrado en el Maestro. Lo que más importa para los elegidos es que “siguen al Cordero por dondequiera que va” (Apoc. 14:4).
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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