Todo el universo es el hogar de un alma noble. Demócrito
“Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada” (Mat. 5; 13).
Un anciano pasaba sus horas junto a un pozo, a la entrada de su pueblo. En una ocasión, un forastero se le acercó y le dijo: “Nunca he estado en este pueblo… ¿Cómo es la gente aquí?” El anciano respondió: “¿Cómo es en el lugar del que tú vienes?” “Bastante mala y egoísta… por eso me he ido de allí”, dijo el muchacho. “Pues así son también en esta ciudad”, comentó el anciano. Tiempo después se le acercó otro forastero, que le preguntó lo mismo. El anciano respondió nuevamente: “¿Cómo son en la ciudad de donde tú vienes?” “Hospitalarios, generosos…”, afirmó el joven. “Pues así son los habitantes de esta ciudad”.
No todas las iglesias, pueblos y culturas son iguales, pero todas tienen algo en común: están marcadas por el pecado y la tendencia al mal. Si cada vez que llegamos a un lugar nos retraemos para observar cómo es la gente, no vamos a encontrar personas sin defectos, porque “no hay ni uno solo que sea justo” (Rom. 3:10). Lamentablemente, este mundo no se puede comparar al Edén perdido. Sabiendo esto, nos toca decidir cuál será nuestra actitud hacia los demás y hacia Dios. ¿Los juzgaremos con benevolencia o veremos en ellos solo lo negativo?
Caín y abel se habían perdido de disfrutar el paraíso. Ambos vivían la misma situación, pero cada uno la enfrentó de manera distinta. “Abel poseía un espíritu de lealtad hacia Dios; veía justicia y misericordia en el trato del Creador hacia la raza caída, y aceptaba lleno de agradecimiento la esperanza de la redención. Pero Caín abrigaba sentimientos de rebelión y murmuraba contra Dios, a causa de la maldición pronunciada sobre la tierra y sobre la raza humana por el pecado de Adán. Permitió que su mente se encauzara en la misma dirección que los pensamientos que hicieron caer a Satanás” (Patriarcas y profetas, cap. 5, p. 51). Y nuestros pensamientos, ¿por dónde divagan?
Sí, es cierto, por mucho que Abel tuviera una buena actitud, la realidad era la que era: había perdido el paraíso; pero decidió vivir una vida de testimonio a favor de Dios. Así, nosotros hemos de ser agentes de cambio en las manos del Señor para convertir nuestro entorno en un lugar mejor. No juzguemos de manera negativa mostrando lo negativo que esconde nuestro corazón; propongámonos ser “la sal de este mundo” (Mat. 5:13). Proponte que los demás sientan felicidad donde vayas, no cuando te vayas.
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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