Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días. Hebreos 11:30.
Era una hora de entusiasmo en el campamento de Israel. El maná cayó por última vez. ¡Ahora el pueblo comería el fruto fresco de la Tierra Prometida!
Pero, primero tenían que hacer un trabajo. Todos esos cananeos que habían resistido y se habían rebelado contra el Dios del cielo debían ser destruidos. Dios sabía que nunca se arrepentirían, ¡y estaban en el camino de sus amigos!
Josué estaba alistando a sus fuerzas para la acción cuando levantó la mirada y vio a un hombre con una espada desenvainada parada a su lado. “¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?”, preguntó. Josué.
“Como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora” (Josué 5:14).
¡Era Cristo mismo! Había venido para dirigir a los ángeles y para ayudar a Israel a ganar la batalla.
Cristo le dio instrucciones sobre cómo conducir la guerra contra la malvada ciudad de Jericó. Era un plan extraño, y requeriría fe absoluta en el Líder divino. Las fuerzas de Israel tenían que marchar alrededor de Jericó por seis días sin atacarla. Un grupo selecto de guerreros armados lideraría el camino, seguido por siete sacerdotes con trompetas, luego los sacerdotes llevando el Arca rodeada con el halo divino y, finalmente, todo el ejército de Israel con cada tribu bajo su bandera.
El pueblo de Jericó se rascaba sus cabezas y se preguntaba cada día por la extraña procesión. ¿Qué significaría todo esto? No se oía ningún sonido excepto el marchar de los soldados y los sacerdotes, y el ocasional sonido de las trompetas. Muchos se reían del desfile. Pero, algunos recordaban la historia del cruce del mar Rojo y el último informe sobre los israelitas cruzando el Jordán. ¿Qué más haría su Dios por ellos?
No iban a tener que esperar mucho para saberlo. Cuando llegó el séptimo día, el misterioso desfile rodeó la ciudad siete veces y se detuvo. Luego, el aire quieto fue perforado por un poderoso sonido de trompeta y Josué gritó: “Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad” (Josué 6:l6).
Todos los hombres gritaron a la vez. Los ángeles captaron la señal y, con un poderoso empujón, las paredes colapsaron. Fue el fin de Jericó.
Cada vez que el pueblo de Dios confía en el camino de su Señor y hace exactamente lo él dice, no hay dificultad que sea demasiado grande para él, ¡no hay pared que sea demasiado alta o fuerte para que él la derrumbe!
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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