domingo, 17 de abril de 2016

DE LA HUMILLACIÓN A LA HUMILDAD

El orgullo es hijo de la ignorancia; la humildad es hija del conocimiento. Fulton J. Sheen

Hubo un tiempo en que las biografías que se publicaban eran las de hombres y mujeres cuyas vidas habían dejado un impacto positivo en la historia de la humanidad. La intención que había detrás era claramente inspirar al lector/ espectador a vivir vidas significativas por medio de la imitación de aquellos grandes personajes. Hoy, sin embargo, consumimos biografías de vidas escandalosas, porque nos ayudan a alimentar nuestro ego (como si necesitara ser alimentado) al hacernos sentir que somos mejores que ellos. Por una parte, al regodeamos en los pecados ajenos llegamos a creer falsamente que somos superiores a otros, y nos llenamos de orgullo; por otra parte, al reflexionar en las grandezas ajenas llegamos a sentimos falsamente humillados cuando nos comparamos con ellos. Como siempre, el ego entorpece el camino de nuestro crecimiento personal.
El apóstol Pablo escribió: “Por nuestro ejemplo aprendan ustedes a no ir más allá de lo que está escrito, para que nadie se hinche de orgullo […]. Pues, ¿quién te da privilegios sobre los demás? ¿Y qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, ¿por qué presumes, como si lo hubieras conseguido por ti mismo?” (1 Cor. 4:6, 7). No ha lugar a presumir de ser más listas o más talentosas, hemos nacido con una serie de talentos y eso es lo que podemos aportar. Y tampoco ha lugar a presumir de nuestras realizaciones debidas al esfuerzo personal, pues nuestras miras han de ser engrandecer nuestro entorno -y no nuestro ego- de manera altruista. Ese es el camino de la humildad, que nada tiene que ver con la humillación sino con una visión sabia de la vida (ver Sant. 3:13).
La generalizada tendencia de nuestra sociedad a alimentar el ego ha resultado en una cada vez mayor infelicidad individual y colectiva. Lo que necesitamos es regresar de nuevo a la contemplación de las vidas íntegras y sólidas de los grandes héroes de la fe, como Pablo y especialmente Jesús. Cuando reflexionamos en la grandeza de Dios a través de sus actos en las experiencias de sus hijos es cuando nos damos cuenta de nuestras limitaciones y de nuestra dependencia de él; de ese modo damos paso a la humildad y, contra la humildad producida por el Espíritu Santo, no hay ley (ver Gál. 5:22).

“Tras el orgullo viene el fracaso; tras la humildad, la prosperidad” (Prov. 18:12).

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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