Le dolió a Jacob haber perdido la lucha contra el ángel, pero más le hubiera dolido si hubiera seguido ganando siempre. Harold Kushner
Hay ciertas luchas de la vida cristiana que ganamos cuando perdemos. Esto fue lo que le pasó a Jacob en su lucha contra el ángel; puede parecer que perdió, pero aquella pérdida fue en realidad su mayor ganancia espiritual. Precisamente la ganancia que él necesitaba.
La astucia había sido, hasta aquel momento, el punto fuerte de Jacob. Astutamente había negociado con su hermano los derechos de una primogenitura que no le correspondía, y el plan le había salido redondo. Con gran astucia se había aprovechado de la ceguera, tanto física como espiritual, de su anciano padre para obtener una bendición que no hubiera obtenido por ningún otro medio (o eso creía él). Y de nuevo años más tarde, a través de una jugada astuta, se liberó de las garras de su suegro Labán, que curiosamente también se había valido de la astucia para aprovecharse de él. Por experiencia propia y ajena, Jacob se había convencido del poder de la astucia.
Ser astuto y salir victorioso se habían convertido en sinónimos para Jacob, por eso tenía gran confianza en su propia capacidad para superar dificultades. Pero al mismo tiempo, con cada victoria social, obtenía una derrota espiritual: su relación con Dios salía perjudicada y su fortaleza moral iba en descenso. Hasta que llegó el punto de inflexión en su vida: el reencuentro con su hermano, el gran perjudicado por sus actos. Angustiado, Jacob comenzó a orar. Pero esta vez no le pidió a Dios que le diera una idea brillante con la que engañar a Esaú.* Simplemente dijo: “Señor […] no merezco la bondad y fidelidad con que me has tratado […]. ¡Por favor, sálvame de las manos de mi hermano!” (Gén. 32:8-12). Ya no confiaré en mi astucia; ya no buscaré yo la salida; me dejo en tus manos.
Todas corremos el riesgo de confiar excesivamente en nuestras propias capacidades, ya sean naturales o adquiridas: la astucia, la intuición, la experiencia, la formación… El problema es que cada vez que obtenemos una victoria valiéndonos de nuestras cualidades personales, en realidad estamos cayendo derrotadas espiritualmente, pues dejamos de depender de Dios única y completamente. Es un engaño tan sutil como letal. Salgamos del error. Para ganar a Dios, hemos de perder las batallas que queremos ganar por nosotras mismas.
“Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia” (Prov. 3:5).
*Harold S. Kushner, LivingaLífe that Matcers [Viviendo una vida que importa] (Nueva York: Anchor Books, 2002), p. 30.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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